sábado, 13 de junio de 2009

Camino de Guardamar del Segura: impresiones





Esta tarde hemos ido a Guardamar. Hacía años que no viajábamos por la Vega Baja del Segura. La última vez, hace más de diez años, poco antes de la medianoche. Todavía tenemos grabada en la retina la imagen de un alto árbol envuelto en llamas, a escasos metros del arcén de la carretera, y el extraño crepitar de la madera cuando, casi detenido el coche, sentíamos el intenso calor y la clara luz de una noche de julio.

Hoy, sin embargo, hemos cruzado la Vega Baja al atardecer: Orihuela, Albatera, Crevillente, Casicas, el Realengo... Hemos visto , palmeras en todos los horizontes soñados, huertos de limoneros, tomateras, olivos, una lechuza posada en la rama de un árbol seco, tal vez un naranjo, y esa luz inmensa que nos describiera Gabriel Miró en sus novelas. Y en lontananza alguna colina de cemento y ladrillo. Pensábamos que todo había muerto, pero viendo la tierra de Gabriel Miró vivimos el paisaje que un día describió en “Figuras de la Pasión del señor”, y soñamos con la tierra siempre herida de Palestina.

El tiempo pone a cada persona en su sitio, y ahora, cruzando el valle, la tierra de Miró, las montañas peladas, las palmeras, el olor a naturaleza y esa luz que nos traspasa el alma toda, pensamos que el escritor oriolano rechazado por algunos en su tiempo, está en el pedestal que el oscurantismo y la intolerancia siempre le quisieron negar, aunque muchas veces el tiempo, para muchos trasunto del dinero, oprime como una losa de mármol y deja sin respiración a cualquiera.

Sólo nos resta saludar a la gente amiga de Bigastro, y alabar esa su tierra de inspiración y belleza.

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