viernes, 4 de septiembre de 2009

Ángel Palacios en la memoria











De regreso al trabajo, un compañero nos mostró el nuevo tapiz del escritorio de su ordenador: una fotografía de la playa de As Catedrais, en la costa de Lugo, cerca de Ribadeo. Recordamos entonces aquel agosto de 2006, cuando inauguramos el turismo de incendios. Fue la primera semana de mes y toda Galicia ardía por sus costados marinos. Fuego, humo, ceniza, todo olía a quemado. Llegamos a As Catedrais desde la ciudad de Lugo. Unas pocas nubes en el cielo, algo de verde en las laderas cercanas y, a ambos lados de la carretera, aparcamientos improvisados que levantaban nubes de polvo. Mientras que contemplábamos la playa desde lo alto del acantilado escuchamos a nuestra espalda la voz de una mujer que llamaba a un tal “Ángel”. Volvimos la cabeza y allí estaba, de pie, con la misma barba de siempre, sin duda con más canas. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo vimos, entre 20 y 25 años, no podemos precisarlo, pero lo cierto es que aquel hombre había sido importante en nuestra adolescencia. Ángel Palacios López era profesor de griego en el Instituto Marqués de los Vélez de El Palmar cuando lo conocimos en el curso académico 1980-1981, y desde el principio fue una fuente de conocimiento y de confianza. Nos hizo no sólo conocer y amar la cultura griega, nos hizo un poco más libre de lo que por entonces eramos o creíamos ser. La primera vez que entramos en su casa nos maravilló un equipo de música de diseño, con mandos táctiles que no habíamos visto hasta entonces. Y sobre todo la discos: allí escuchamos a Maria Farandouri, a Mikis Theodorakis, a Alan Stivell y la música celta. Ángel nos dijo que, a diferencia de España, en las emisoras de radio griegas se escuchaba fundamentalmente música nacional. Luego nos enseñó un periódico en griego moderno con una fotografía de Manolo Orantes. Otras veces nos acercábamos a las riberas del Mediterráneo y, desde el espolón del puerto de San Pedro del Pinatar, observábamos el mar y conversábamos sobre todo lo humano y algo de lo divino. Un día nos apostamos con él que a partir de La Odisea de Homero escribiríamos durante el fin de semana una obra de teatro. Ganamos, el escrito se perdió hace mucho tiempo, y él cumplió su promesa y nos invitó a comer. Son muchas anécdotas, muchas historias acontecidas durante poco más de dos años, mucha literatura oral y mucha nostalgia por una adolescencia que se esfumó hace muchos años en las brumas de la responsabilidad y de la utopía perdida. Por ese motivo aquel día en As Catedrais fue, durante escasos minutos, un rebobinado rápido de la memoria y de la melancolía. Cuando la mujer llamó a Ángel y volvimos la cabeza, no pudimos sino preguntar instintivamente “¡Palacios?”. Y él respondió: “el mismo”. No fue un reencuentro memorable, de abrazos y todo lo demás. Habían pasado muchos años, más de veinte, y los recuerdos se debilitan. Tal vez para Ángel fuera una entre otras muchas alumnas, pero para mí era ese profesor que me había demostrado que entre los adultos, entre los profesores y profesoras, había personas que pensaban como yo, que tenían las mismas inquietudes y los mismos sueños (también las mismas pesadillas).

Muchos años después me enteré (he pasado del plural mayestático a la primera persona del singular, culpemos a los sentimientos) que Ángel Palacios, por entonces catedrático de griego del IES Juan Carlos I de Murcia, padecía una grave enfermedad que finalmente acabaría con su vida. El funeral se celebró el día 6 de junio de 2009, cuando mi hijo jugaba un partido de baloncesto con su equipo, el CB Murcia 95, en San Javier. Me enteré días después de su muerte y debo decir que desde entonces vuelve a mi memoria recuerdos de aquella época de mi vida en los que siempre está él presente. Ángel Palacios fue un gran hombre, y aunque todos los días mueren grandes hombres me enorgullezco de que aquél fuera mi amigo, aunque el tiempo y la distancia enfriara nuestra relación.

Ya que estamos en tierras gallegas, dejo en este blog un poema de Bernal de Bonaval, trovador gallego del siglo XIII, cantado por Amancio Prada:







A DONA QUE EU AMO...



A dona que eu amo e teño por señor

amostradema, Deus, se vos en pracer for,

senon, dadema morte.



A que teño eu por lume destes ollos meus

e por que choran sempre, amostradema, Deus,

senon, dadema morte.



Esa que Vos fecestes mellor parecer

de quantas sei, ¡ai Deus!, facedema veer,

senon, dadema morte.



¡Ai Deus!, que ma facestes mais ca min amar,

mostradema u posa con ela falar,

senon, dadema morte.





LA MUJER A QUIEN QUIERO...



La mujer a quien quiero

y a quien tengo por dueña

mostrádmela, Dios mío, si os dignáis;

si no, dadme la muerte.



La que es luz de estos ojos

y por quien siempre lloran,

mostrádmela, Dios mío,

si no, dadme la muerte.



La que hicisteis más bella

de cuantas yo conozco,

Dios, dejádmela ver;

si no, dadme la muerte.



¡Ay Dios, que me la hicisteis

amar más que a mí mismo,

mostrádmela en lugar

donde le pueda hablar,

si no dadme la muerte!.

















1 comentario:

Anonymous dijo...

Yo fui alumna suya en el IES MARQUES DE LOS VELEZ y ahora que hace casi un año de su muerte es cuando me he enterado de lo ocurrido y me he quedado de piedra,yo tambien pienso como vosotros que era una gran persona,aun lo recuerdo con mucho cariño y eso que de aquella epoca han pasado ya casi 25 años. solo quiero felicitar a los que como yo tuvieron la suerte de conocerlo y por supuesto desear que alli donde este descanse en paz. un beso Angel