jueves, 22 de octubre de 2009

A las cuatro en punto en Águilas



El sábado, 24 de octubre, el equipo de nuestros hijos, CB Murcia 95, juega un partido con el CB Águilas, a las cuatro de la tarde. Es mala hora para jugar, para comer, incluso para morir. No es una hora poética, acaso sirva para un relato de crímenes misteriosos. Mejor hora es las cinco, para morir, para pasear por la arena de una playa otoñal, para charlar y para soñar con palmeras y aguas turquesas allá por el mes de junio. Los ingleses toman té a las cinco, es un rito para ellos. Los toreros mueren a las cinco de la tarde. Muchas veces, mientras observábamos desde la autovía los edificios de Totana y más allá las estribaciones de Sierra Espuña, pensábamos en Federico García Lorca, que tenía un abuelo totanero, y en el "llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías”:



“A las cinco de la tarde.

Eran las cinco en punto de la tarde.

Un niño trajo la blanca sábana

a las cinco de la tarde.

Una espuerta de cal ya prevenida

a las cinco de la tarde.

Lo demás era muerte y sólo muerte

a las cinco de la tarde...”



También tenía una abuela totanero Antonio Machado, pero ahora hablamos de Águilas, ciudad de tradición minera, ciudad hermosa, cinéfila, literaria. Allí juegan nuestros hijos a las cuatro de la tarde, con el sol todavía brillando en un cielo de hojas marchitas y el mar susurrando palabras de amor a una tierra oscura de lejanos vocablos ingleses. E irán con la alegría de una buena comida europea, con la mirada perdida en las montañas, los valles, el cercano susurrar de los trenes de vapor entre las palmeras y las miradas melancólicas. Águilas es una ciudad literaria: por allí paso Vázquez Montalbán en “La rosa de Alejandría”:



”Mi abuelo era guardia de asalto, había nacido en Águilas y quería que su hija mayor conociera el pueblo dónde él había nacido. Antes de la guerra había una línea regular entre Barcelona y Águilas, porque el puerto de Águilas era importante o por lo que sea [......] Hay nombres de aquel verano que han pasado a mi memoria como si tuvieran algo que ver con mi vida: la playa del Hornillo, la Casita Verde, la plaza de toros, la calle Cañería Alta, helados Sirvent, un pay-pay con la publicidad de linimento Sloan, el fotógrafo Matrán...”.



También la recorrió Juan Goytisolo en “Señas de identidad”, también la recorreremos nosotros recordando las palabras de un poeta argentino que vino a decir algo así como que una ciudad es como un libro abierto que se lee caminando. Hemos olvidado el nombre del poeta pero sabemos que en Águilas hallaremos la dulzura de un mundo hermoso, junto al mar, junto a las colinas cercanas y los recuerdos de Paco Rabal.

Y será a las cuatro cuando nuestros hijos se enfrenten al CB Águilas, mala hora para jugar, mala hora para morir, mala hora para casi cualquier cosa, pero junto al mar es imposible no sentir un instante de dicha, de serenidad, de indulgencia, de pasión por una tierra que nos acogerá bajo un cielo de profundas miradas azules y ocres.



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