sábado, 23 de enero de 2010

Entre el frío, y su recuerdo, el baloncesto fluye...


Dice Paul Eluard, aunque en algún sitio se le atribuye a Louis Aragon, que hay muchos mundos pero están en éste. Mundos mágicos, mundos trágicos, mundos que cambian para el observador dependiendo de los objetos, y de los afectos, que le rodean. En algún sitio hemos hablado de lo difícil que es jugar en algunas canchas de baloncesto en estos agrios rigores de este preciso invierno murciano de 2010, a la intemperie, con una pista resbaladiza. Y hemos dudado en afirmarlo porque se nos podrá rebatir con argumentos contundentes sobre el espléndido y cálido clima mediterráneo que Dios, y nuestra posición geográfica en el globo terráqueo, nos ha dado para solaz y esparcimiento de los sentidos, los olores y los colores. Nos viene a la mente aquella lejana lectura de “Un día en la vida de Iván Denisovich” de Alexander Solzhenitsyn:

“Contornearon a alta talanquera en dirección a la prisión del campamento -un edificio de piedra -, pasaron por delante de la alambrada que protegía la panadería del campo de los penados, y dejaron atrás la barraca central donde, suspendido en un poste y sujeto con un grueso alambre, había un carril completamente cubierto de escarcha. De nuevo, al lado de un segundo poste, del que colgaba, protegido para no marcar demasiado bajo, un termómetro enteramente cubierto de rocío congelado, Sujov miró de reojo, esperanzado, al blanquecino tubo: si hubiese marcado cuarenta y un grados no los hubieran podidio enviar afuera, al trabajo. Pero aquel armatoste no parecía querer moverse jamás por encima de los cuarenta”.

Por encima de los cuarenta grados bajo cero, no es necesario precisarlo. En los campos de concentración soviéticos se trabajaba en el exterior si la temperatura no bajaba de los -40º. No podemos imaginar lo que sería talar árboles a esa temperatura, tampoco a -39º, a -38º, a -37º..., pero muchos de aquellos hombres lanzados al infierno helado por la intolerancia sobrevivieron y pudieron contarlo. Las que vivimos el año pasado, en enero, la ola de frío en Cáceres, y cruzamos después la blanca llanura nevada de La Mancha, tampoco podemos imaginar, ni siquiera aproximadamente, lo que supone un cuerpo humano sometido a tantos y tantos grados bajo cero, menos aún sabiendo que los que contemplamos las cigüeñas en los campanarios y tejados de barrio antiguo de tan hermosa ciudad extremeña, lo hicimos desde la libertad de seguir a nuestras hijas e hijos en las competiciones deportivas, mientras Suslov y sus compañeros fueron privados de los elementos mínimos que hacen dignas a las personas, comenzando por el derecho a equivocarse, a opinar de otra manera, a ser distinta o distinto. No obstante, todavía queda en nuestra retina la imagen de niños tapándose con mantas para soportar las temperaturas bajo cero de los pabellones deportivos cacereños. Imagenes y fotografías guardadas en los correos electrónicos, discos duros y cedés de nuestra futura biografía existencial, que se han vuelto a repetir este año, con otras protagonistas, en algún partido disputado por el AD Infante en las inclementes y peligrosas pistas descubiertas del Pabellón del barrio capitalino.

El derecho a equivocarse y a rectificar es un derecho que tenemos todas las personas por el hecho de serlas. Parece que el Ayuntamiento de Murcia lo ha ejercido con el yacimiento andalusí de San Esteban. Ha escuchado a los ciudadanos, ha reconocido la importancia de unos restos del siglo XIII y ha obedecido las órdenes del presidente de la comunidad autónoma. ¿Quién decía que debajo del jardín no había nada o casi nada?. En los últimos días, una amiga nos ha enseñado un libro publicado en 1901 por la Imprenta y Litografía del Depósito de la Guerra, una “Descripción de España por Abu-Abd-Alla-Mohamed-Al-Edrisi” del Siglo XII. Dice sobre Murcia:

“Murcia, capital del país de Todmir, está situada en una llanura sobre los bordes del río Blanco.
De ella depende un arrabal floreciente y bien poblado que, así como la villa, está rodeado de murallas y de fortificaciones muy sólidas. Este arrabal está atravesado por dos corrientes de agua. En cuanto a la villa, está edificada sobre una de las orillas del río, llegándose a ella por medio de un puente de barcas. Hay molinos construidos sobre navíos, como los molinos de Zaragoza, que pueden transportarse de lugar, y muchos jardines, huertos , tierras de labor y viñas mezcladas de higueras. De esta villa dependen buenos castillos, fuertes, villas importantes y distritos de una belleza incomparable”. (página 33).

También habla Abu-Abd-Alla-Mohamed-Al-Edrisi de Cartagena:

“Cartagena es el puerto de la villa de Murcia. Es una villa antigua que posee un puerto que sirve de refugio a los mayores navíos y a los más pequeños, y que ofrece muchos atractivos y recursos. De ella depende un territorio conocido por el nombre de Alfondón, de una rara fertilidad. Se recuerda que una sola lluvia hace madurar los frutos, que son de una calidad superior”.

Y siguiendo con libros antiguos, en el estudio que realiza Pascual Madoz de la Audiencia Territorial de Albacete, creada por Decreto de 26 de enero de 1834 e integrada por las provincias de albacete, Ciudad Real, Cuenca y Murcia, se nos describe a sus habitantes de la siguiente manera:

“Los usos y costumbres, y aun el carácter de los habitantes de las cuatro provincias, se diferencia muy poco. En general son honrados, laboriosos y hospitalarios, observantes y sumisos a las leyes; los Murcianos se distinguen por cierta vivacidad y ligereza que les hace cambiar con facilidad de propósito, pero son constantes en el trabajo, de grande inteligencia y capacidad; los de Albacete son mas reflexivos que aquellos, fuertes y robustos, pero algo menos aplicados al trabajo, mas propensos al lujo y al juego; los de Ciudad-Real áridos como su suelo, poco afectos a forasteros y orgullosos y disimulados, y muy apegados a sus hábitos ant(iguos); los de Cuenca nunca han desmentido la proverbial honradez castellana” (Madoz, Pascual: “Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de Ultramar”. Est. Literario-Tipográfico de P. Madoz y L. Sagasti. Madrid, 1845. Página 241).

Por último, un fragmento de la Biblia en España, de George Borrow:

“Pero, ¿cuándo una imputación calumniosa se vino jamás al suelo en España por el peso de su propia absurdidad?. ¡Infortunado país!. ¡Mientras no te ilumine la pura luz del Evangelio no sabrás que el don más alto de todos es la caridad!.” (página 233).

Y mientras tanto el tiempo fluye, nuestros hijos al fondo de la cancha, en silencio... y recordamos un poema de allen Ginsberg que comienza así:

“He visto los mejores cerebros de mi generación destruidos por la
locura, famélicos, histéricos, desnudos...”

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