lunes, 4 de enero de 2010

Un tranvia llamado baloncesto


Estamos en Cataluña, en Esplugues, en el cinturón industrial de Barcelona. La tierra que pisamos, la hierba que crece en las vías del tranvia, el mundo subterráneo del metro, el fondo de un puerto burgués que mira al Mediterráneo con sus brazos de conquista y olvido, la gente que habla y calla en catalán, en castellano, en inglés, en alemán, en árabe..., estamos en un mundo heterogéneo construido con materiales de todo tipo, con sueños y pesadillas también: Barcelona se abre a la noche mientras paseamos por sus calles desiertas, cuando nos arrodillamos y acariciamos la humedad de la hierba iluminada por el tranvia que se acerca y nos invita a conocer, a oler, a amar la llovizna que cae y moja los árboles, los jardines, las calles y los corazones de millones de personas que laten acompasadamente, o a rachas de orgullo o decepción. Barcelona subyuga, Barcelona crece con cada calle que se recorre, con cada recodo, con cada vaguada o con cada red de huertos municipales en los que se cultivan tomates, alcachofas, habas, ajos... La vida sigue, la lluvia cae mansamante sobre el puerto. La vemos caer en la noche, en la entrada del Acuario, mojando un puente de madera, los yates, las luces que se reflejan en la erizada frialdad del mar.
Es lunes, el CB Murcia 95 ha jugado los tres partidos de la fase previa, ganando al Cb Nou Esplugues (88-29) y perdiendo con el Cajasol (53-81) y con el FC Barcelona (31-89).
Seguimos disfrutando del baloncesto, seguimos disfrutando de Barcelona

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