martes, 6 de abril de 2010

Hoy hemos estado en el Bando de la Huerta


Recordamos una impresionante tormenta a finales de los sesenta o principios de los setenta del siglo fenecido. El viento del norte nos embistió subidos a las ramas de una hilera de moreras desnudas a la orilla del carril. Por la mañana, la sierra nevada refulgía en una mañana limpia y luminosa, y una capa de hielo cubría la mesa del patio. Recordamos el cieno de las acequias y brazales, las pozas en las que nos bañábamos con sandalias de goma en los veranos de nuestra infancia temprana, el olor y sabor de los melocotones, y a aquel pájaro carpintero que enjaulamos por la tarde y voló, libre de nuevo, por la mañana. Y también aquel día que desembalsaron los pantanos y los brazales se llenaron de peces que pescamos y conservamos pocas horas en barreños asediados por los gatos.

Todo aquello se perdió, y aunque éramos niñas que nos asustábamos en las frías y tristes semanas santas, que nos escondíamos en los brazales secos para masticar vinagrillo o cazábamos pájaros de la forma más brutal e imperdonable para las personas que ahora somos adultas, responsables y comprometidas con el medio ambiente, fuimos felices.

Hoy hemos estado en el Bando de la Huerta y hemos asistido de nuevo al desfile de fósiles de un pasado no tan lejano. Posiblemente recordar el pasado sea conveniente, incluso necesario para saber quiénes fueron nuestros ancestros y cuáles sus luchas. Y podríamos recordar también los motivos por los que nuestra tierra aparece en las investigaciones históricas sobre la Restauración y el reinado de Alfonso XIII. Satisface, no obstante, que el Bando de la Huerta nos devuelva el mosaico de los usos y costumbres de las huertanas y huertanos, de la gente sencilla que trabajaba y marchaba a la guerra de Cuba porque no podía librarse pagando, o tenía que emigrar a tierras desconocidas, Cataluña la más cercana de ellas.

Pero bueno, ¡estamos en fiesta!. Lástima que los mismos que dictan bandos organizando el desfile sean los mismos que se han cargado, hablando literalmente, la posibilidad de que la Huerta de Murcia fuera un museo etnográfico en tamaño real. Por sólo este motivo es bueno recordar el pasado.


La imagen pertenece a Zeus Rodriguez Jiménez.

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