lunes, 3 de mayo de 2010

Casa de muñecas



Hace algunos años leímos una obra de teatro escrita allá por 1880 por un escritor noruego, Henrik Ibsen. La obra se titulaba “Casa de Muñecas” y nos hablaba de las mujeres del Siglo XIX, al menos de las mujeres burguesas de los países escandinavos de aquella época: muñecas para los padres y muñecas para los maridos. Ciento treinta años después todavía hay gente que se extraña de que las mujeres seamos iguales que los hombres, que nuestras inquietudes sean similares a las suyas, que pensemos que existen desigualdades materiales incrustadas en el corazón de la convivencia social, como esos “micromachismos(*) de los que nos habla Luis Bonino Méndez. No nos resistimos a transcribir un fragmento del Acto III de la pieza de Ibsen:



“Nora-. ¿Qué consideras tú mis deberes sagrados?.

Helmer-. ¿Tengo para qué decírtelo?. Son tus deberes con tu marido y tus hijos.

Nora-. Tengo otros no menos sagrados.

Helmer-. No los tienes. ¿Cuáles son esos deberes?.

Nora-. Mis deberes conmigo misma.

Helmer-. Ante todo, eres esposa y madre.

Nora-. No creo ya en eso. Creo que, ante todo, soy un ser humano, igual que tú..., o, cuando menos, debo intentar serlo. Sé que la mayoría de los hombres te dará la razón, Torvaldo, y que están impresas en los libros ideas tales. Pero ya no puedo pararme a pensar en lo que dicen los hombres ni en lo que se imprime en los libros. Es menester que por mí misma opine sobre el particular, y que procure darme cuenta de todo”.



(*)- Luis Bonino: MIcromachismos:

Ejemplo de mocromachismo coercitivo:



“Uso expansivo-abusivo del espacio físico y del tiempo para sí.

Este grupo de Mm (mocrimachismos) se apoyan en la idea de que el espacio y el tiempo son posesión masculina, y que por lo tanto la mujer tiene pocos derechos a ellos. Por tanto su apoderamiento es natural y no se piensa en la negociación de espacios y ni de tareas comunes que llevan tiempo. Así, en cuanto al espacio en el ámbito hogareño, el varón invade con su ropa toda la casa, utiliza para su siesta el sillón del salón impidiendo el uso de ese espacio común, monopoliza el televisor u ocupa con las piernas todo el espacio inferior de la mesa cuando se sientan alrededor de ella, entre otras maniobras (Guillaumin, 1992). Y en cuanto al tiempo: el varón crea tiempo de descanso o diversión a costa de la sobrecarga laboral de la mujer (por ejemplo utilizar el fin de semana para “sus” aficiones, o postergar su llegada a casa luego del trabajo), evita donar tiempo para otros, o define como “impostergables” ciertas actividades que en realidad no lo son y que lo alejan del hogar. Como decía previamente, esto tiene como efecto que, en promedio los varones tengan más tiempo libre que los varones ( y a costa de ellas).



2 comentarios:

Anonymous dijo...

Hoy no me ha gustado mucho (nada) tu entrada. La he leído y me ha puesto de muy mal humor.
Iba a contestarte pero he pensado que lo mejor sería no entrar en debates vacuos y con los que no llegaríamos a ninguna conclusión.
El machismo evidente todavía y consentido en nuestra sociedad se me hace un trago amargo y difícil de tragar.
No leeré a Ibsen aunque me tachen de inculta, feminista integral o extremista. No me apetece, por lo menos, de momento.
A pesar de todo sigo dándote las gracias por traer cultura a un blog de "deporte".
Gracias
Lloranda Gay

Lucía Sánchez dijo...

Precisamente hablaba de Ibsen por todo lo contrario. En 1880 su pensamiento fue innovador, fresco, igualitario en una sociedad como la noruega, que ya nos sacaba bastantes kilómetros de distancia en muchos aspectos. Acaso, si hubiera querido comparar la literatura española del XIX con alguna otra, lo hubiera hecho con la rusa del mismo siglo XIX. Si leemos, por ejemplo, Ana Karenina no nos sorprenderá ni la sociedad, ni las estructuras familiares, ni los pensamientos del la España decimonónica. Es como si ahora intentáramos comparar a Lisbeth Salander (Millenium) con cualesquiera creación literaria de un escritor español. Es hecho es que salander sólo se puede dar en el imaginario de una sociedad distinta a la nuestra. Es interesante leer Casa de Muñecas, es una obra de teatro que desvela lo que debe ser una relación entre iguales. Al menos Nora así lo comprende, y decide encontrarse a ella misma y dejar de ser una muñeca con la que se puede (podía) jugar.