miércoles, 5 de mayo de 2010

ganó el CB Murcia 94



La nieta de Eloy Sotelo tuvo que buscar en las profundas simas de sus recuerdos unos sentimientos similares a los sentidos en esa tarde de mayo. El CB Murcia 95 había naufragado en aguas procelosas, arrastrado por unos vientos huracanados que llevaban en volandas al CB Murcia 94 al título de campeón cadete masculino. Finalmente, encontró ese desasosiego, esa desesperanza, ese sentimiento de derrota en las páginas de “Vida y destino” de Vasili Grossman. Toda una sociedad hundida en las trampas del autoengaño, la delación y la mentira. Cuando Lucía Sánchez leyó la última página de una de las mejores novelas del Siglo XX, reflexionó sobre la esencia de un régimen capaz de hacer brotar de la pluma de un escritor la tragedia de una generación perdida sin remisión. Y pensó en su madre, Irene Andreo, y en como había descubierto que su verdadero padre había muerto en los hielos del Lagoda, creyendo que los caminos gélidos que cruzaba, con los pies ateridos y la escarcha blanqueando su cabello ensortijado, habían sido abiertos por brazos libres y comprometidos con el amor. Acaso, Eloy Sotelo murió contemplando la ventisca que barría la planicie, con los ojos bien abiertos, componiendo versos a dúo con su amigo Pablo Neruda o con Luis Cernuda. Acaso, aquella tarde de mayo se componía de paisajes y figuras efímeras, espejismos de un mal día que pronto sería olvido y sinsentido, pero los sentimientos de ese preciso momento, de esa milésima de segundo que te descubre las huellas de una derrota inexorable pudieran ser idénticas a las de un Iván Grigórievich escuchando a su primo mentirse a sí mismo. La nieta de Eloy Sotelo releyó a Grossman:



Rusia había visto muchas cosas en mil años de historia. Durante los años soviéticos el país había sido testigo de victorias militares mundiales, enormes construcciones, ciudades nuevas, presas que detenían el curso del Dniéper y el Volga y canales que unían los mares, la potencia de los tractores, de los rascacielos... La única cosa que Rusia no había visto en mil años era la libertad”.



Entonces, mientras hojeaba “Todo fluye” pensaba en “La araña negra” de Blasco Ibañez, en “las obras completas” de Valente y en el último estudio de Ángel Viñas, que descansaban alineados en la estantería por orden de lectura. En el comedor, algún canal de televisión retransmitía un partido de fútbol, de un equipo de La Meseta que iba a perder inexorablemente la liga, más allá, detrás de los jardines y de los edificios alguna pareja caminaba abrazada en la oscuridad ventosa de la noche, y más lejos aún, allende los mares y las cordilleras, la gente dormía atemorizada por la explosión de una bomba o por los derrapes de un coche de la policía secreta. Comparado con todo esto, un 42-78 nunca podría suponer más que un leve contratiempo, la constatación de que ganaron los mejores entre iguales, entre compañeros y cómplices, entre jugadores de un mismo equipo.

Ya en las escaleras del Palacio de los Deportes, nos reímos con Lloranda Gay, entre palabras entrecortadas y silencios de complicidad, porque en realidad, ¿para que sirve el baloncesto sino es para crear lazos de amistad y de complicidad?. Y aunque Lloranda es muy escéptica sobre el particular, las risas que nos echamos fue lo mejor de la tarde.

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