viernes, 11 de junio de 2010

Ainhoa y la desventura


Esta entrada se iba a titular Ainhoa y el viento, pero la joven se esfumó y sólo quedó en viento azotando este blog. Viento cubierto de óxido, viento oscuro rozando con sus flecos alados las certidumbres de la escritura, viento envuelto en formol, viento cancerígeno rodeando con su tez las parábolas de la vida... y ahora sólo queda la serena ausencia después del huracán que desgarró con sus palabras la espuma de las olas y deslizó su boca cálida por debajo de las dunas y de las mentiras. Y ahora que el algodón cae a plomo sobre las húmedas tierras del sur profundo, y la poesía huye campo a través, acamando con su libertad maizales y girasoles, girando sobre sí misma para observar la nitidez de la hipocresía en el cielo azul infinito, y las voces del amado se escuchan en la lejanía, acaso en los gritos rojizos del sol poniente, pensamos en lo que los hombres nos han dado y Dios nos ha quitado. Las semillas plantadas en la nube germinan, se ramifican, invaden con sus grandes y verdes hojas los márgenes de la pantalla del ordenador, y en todo, presidiendo las columnas romanas de Segóbriga, los tallos verdes se secan, se doblan sobre su peso y nos miran arqueados, vencidos por el peso inmenso de las frases lapidarias.
Esta entrada se titula Ainhoa y la desventura, y no hace sino reconocer que la brisa que sopla desnuda por este blog viene de todas partes, cargada de sal y de fuego, de verdades eternas como el cielo de estrellas que siempre será hermoso o de mentiras aulladas en las reuniones nocturnas de los lobos de la estepa. ¡Qué más da!.

"El amor crecía lento,
como el desove de las tortugas,
como una caricia recorriendo una meseta de cálida piel
desde el borde de tu presencia.
El amor era un beso de adelfas amarillas,
un veneno recorriendo los labios
que fenecían en las horas tardías
del crepúsculo.
El amor crecía en tu mejilla,
y a media tarde llamaba a las gaviotas
para que abrieran a picotazos
las lucernas de tu corazón.
El amor visitaba nuestra habitación
en las horas de la luna de agosto,
y mientras nos poseíamos
dialogaba con las estrellas
de las luciérnagas que habitaban tu mirada.
El amor llamaba a las puertas del otoño,
y en un lecho de hojarasca,
y en un cielo cuajado de nubes
aguardaba tu llegada"

Escribió Ainhoa Izar contemplando el mar desde las orillas de poniente.

2 comentarios:

Anonymous dijo...

Me gusta más la nueva cara del blog, es más fácil de leer, más limpia, más clara.
Enhorabuena.

Horacio Eseverri dijo...

Profunda e intensa tu forma de escribir. Bravo!
Recibe mis saludos
Horacio Eseverri