sábado, 5 de junio de 2010

Tu recuerdo son luciérnagas en la vida




Hoy hace un año que nos dejó Ángel Palacios López, una gran persona, un amigo, un maestro de la vida. Reproducimos una entrada de este blog de septiembre de 2009, en la que lo recordábamos tal y como era a principios de los ochenta:

"De regreso al trabajo, un compañero nos mostró el nuevo tapiz del escritorio de su ordenador: una fotografía de la playa de As Catedrais, en la costa de Lugo, cerca de Ribadeo. Recordamos entonces aquel agosto de 2006, cuando inauguramos el turismo de incendios. Fue la primera semana de mes y toda Galicia ardía por sus costados marinos. Fuego, humo, ceniza, todo olía a quemado. Llegamos a As Catedrais desde la ciudad de Lugo. Unas pocas nubes en el cielo, algo de verde en las laderas cercanas y, a ambos lados de la carretera, aparcamientos improvisados que levantaban nubes de polvo. Mientras que contemplábamos la playa desde lo alto del acantilado escuchamos a nuestra espalda la voz de una mujer que llamaba a un tal “Ángel”. Volvimos la cabeza y allí estaba, de pie, con la misma barba de siempre, sin duda con más canas. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo vimos, entre 20 y 25 años, no podemos precisarlo, pero lo cierto es que aquel hombre había sido importante en nuestra adolescencia. Ángel Palacios López era profesor de griego en el Instituto Marqués de los Vélez de El Palmar cuando lo conocimos en el curso académico 1980-1981, y desde el principio fue una fuente de conocimiento y de confianza. Nos hizo no sólo conocer y amar la cultura griega, nos hizo un poco más libre de lo que por entonces eramos o creíamos ser. La primera vez que entramos en su casa nos maravilló un equipo de música de diseño, con mandos táctiles que no habíamos visto hasta entonces. Y sobre todo la discos: allí escuchamos a Maria Farandouri, a Mikis Theodorakis, a Alan Stivell y la música celta. Ángel nos dijo que, a diferencia de España, en las emisoras de radio griegas se escuchaba fundamentalmente música nacional. Luego nos enseñó un periódico en griego moderno con una fotografía de Manolo Orantes. Otras veces nos acercábamos a las riberas del Mediterráneo y, desde el espolón del puerto de San Pedro del Pinatar, observábamos el mar y conversábamos sobre todo lo humano y algo de lo divino. Un día nos apostamos con él que a partir de La Odisea de Homero escribiríamos durante el fin de semana una obra de teatro. Ganamos, el escrito se perdió hace mucho tiempo, y él cumplió su promesa y nos invitó a comer. Son muchas anécdotas, muchas historias acontecidas durante poco más de dos años, mucha literatura oral y mucha nostalgia por una adolescencia que se esfumó hace muchos años en las brumas de la responsabilidad y de la utopía perdida. Por ese motivo aquel día en As Catedrais fue, durante escasos minutos, un rebobinado rápido de la memoria y de la melancolía. Cuando la mujer llamó a Ángel y volvimos la cabeza, no pudimos sino preguntar instintivamente “¡Palacios?”. Y él respondió: “el mismo”. No fue un reencuentro memorable, de abrazos y todo lo demás. Habían pasado muchos años, más de veinte, y los recuerdos se debilitan. Tal vez para Ángel fuera una entre otras muchas alumnas, pero para mí era ese profesor que me había demostrado que entre los adultos, entre los profesores y profesoras, había personas que pensaban como yo, que tenían las mismas inquietudes y los mismos sueños (también las mismas pesadillas).

Muchos años después me enteré (he pasado del plural mayestático a la primera persona del singular, culpemos a los sentimientos) que Ángel Palacios, por entonces catedrático de griego del IES Juan Carlos I de Murcia, padecía una grave enfermedad que finalmente acabaría con su vida. El funeral se celebró el día 6 de junio de 2009, cuando mi hijo jugaba un partido de baloncesto con su equipo, el CB Murcia 95, en San Javier. Me enteré días después de su muerte y debo decir que desde entonces vuelve a mi memoria recuerdos de aquella época de mi vida en los que siempre está él presente. Ángel Palacios fue un gran hombre, y aunque todos los días mueren grandes hombres me enorgullezco de que aquél fuera mi amigo, aunque el tiempo y la distancia enfriara nuestra relación".


Hace pocos minutos, hemos recibido en el blog el siguiente comentario de Isidro. Lo reproducimos textualmente porque sabemos que somos miles las amigas y amigos de la gran persona que fue Ángel Palacios López:


"Fui vecino suyo en Corvera todo el tiempo que vivió alli y aunque no fue maestro mío académicamente, lo fue de música, de lugares, de actitud ante la vida, gracias a el salí de Corvera y vi el mundo con otros ojos.
Hoy se hace un año de tu muerte, el viernes próximo se hará una misa a la que seguramente no iré y después nos reuniremos todos en el Porton (bar de Corvera) para recordarte y compartirte, amigo, porque ...... es tanto lo que te echamos de menos
todos tus amigos estan convocados y el que por aqui se entere que se lo diga al que no lo sepa
no te olvido un solo día.
tu amigo
Isidro".

3 comentarios:

Anonymous dijo...

Ay, Lucía.
Momentos tristes por los que estás pasando pero, en cierto modo, alegres al recordar viejas anécdotas, encuentros, conversaciones, recuerdos...
La muerte de un ser querido, de un amigo, nos lo arrebata de nuestro lado pero nunca de nuestro corazón.
Es muy bonito lo que has dicho: "todos los días mueren grandes hombres pero aquel era tu amigo" y te enorgulleces de ello.
La amistad, como cualquier otro sentimiento humano, tiene sus "altibajos" pero cuando es verdadera no se pierde aunque, ya te digo, la muerte se meta por medio.
Un homenaje precioso para tu amigo el que has hecho aquí. Felicidades por ello.
Gracias Lucía.
Lloranda Gay

Lucía Sánchez dijo...

“Existen bellos paisajes
nunca visitados,
más allá de la última estrella
descubierta por el telescopio Hubble.
Lo habitan ideas sencillas,
palabras que cayeron en desuso
con las primeras trincheras.
Amistad es una de ellas,
la más básica,
la que nos hace vivir
con la esperanza de que vivir no es
morir...”

Anónimo dijo...

Que ilusión encontrar esto, fui de los último alumnos de Ángel, una clase de cuatro, dábamos la clase en el mismo departamento de Griego, y la pasión de Ángel era totalmente contagiosa. El mejor profesor que jamás he tenido y el que mas me ha inspirado.