jueves, 22 de julio de 2010

Tres años para recordar ( 1/3)



Carmen Puigcerver Mula ha entrenado durante tres años a los jugadores del CB Murcia 95. La literatura sobre su trayectoria deportiva, sus éxitos y fracasos, su forma de actuar en las canchas de baloncesto, su relación con madres, padres y jugadores e, incluso, su carácter personal es amplia y generalmente de tipo oral, aunque también se ha escrito sobre ella, sin mencionar su nombre, en la blogosfera. Si alguien puede hablar de los tres años de entrenadora de los jugadores del CB Murcia nacidos en 1995, son todos y cada uno de los niños, ya adolescentes, a los que ha entrenado. Todos los demás, madres y padres, jugadores, padres y madres de otros equipos, árbitros y demás personas interesadas en el baloncesto regional somos meros espectadores de un teatro universal que liba del drama, de la comedia, del absurdo, de Becket y, acaso, de Arrabal. El baloncesto puede ser poesía, novela experimental (jamás histórica), ensayo metafísico o método científico pero nunca territorio privativo de la verdad. Max Aub escribió en sus Diarios que “la certeza es la fe; la duda, literatura”, y losquenoentendemosdebaloncesto vive en esa incertidumbre que hace a las personas libres y las enfrenta con el espejo de la honestidad y con los reflejos irisados o monocromos que éste devuelve irremediablemente. Nosotras elevamos la duda (sobre nuestro quehacer, sobre nuestros pensamientos y sentimientos, sobre el mundo que nos rodea con sus dedos ora cálidos ora gélidos) a los altares de la admiración y del respeto mutuo y, en este sentido, no podemos sino reconocer el coraje de una mujer en tierra de hombres. Han sido tres años de formación deportiva de nuestros hijos, de muchas horas de entrenamiento, de viajes en autobús, también en coche, por las tierras diversas de nuestra Región, desde la Hécula de Castillo-Puche hasta la Águilas que alguna vez describieran en sus novelas Vázquez Montalbán y Juan Goytisolo, pero sobre todo ha sido un aprendizaje, acaso fallido para las que suscribimos este escrito, del mundo cuasi edénico del baloncesto, con sus misterios inescrutables y sus luces brillantes deslizándose sobre los perfiles del aro. Recuerdos que se deshacen en una nube de madrugada, en relámpagos que llegan con el viento helado de enero o con la brisa levantina de una tarde del estío marmenorense. Braveheart es la película favorita de Carmen Puigcerver Mula. Wallace iza la bandera de la libertad y guía a un pueblo por las verdes soledades de Escocia. Y expulsa a los ingleses de las Tierras Altas, de los valles y mares de hierba, de los puertos azotados por los fríos vientos del norte. Cine grupal, de unión de voluntades que derriba murallas y guía a la victoria, cine alejado del crepitar de la madera que arde en la chimenea mientras Descartes medita en soledad sobre el Método. Frente al individuo el grupo, frente al deporte individual el deporte de equipo.

Nuestros hijos han recorrido extensiones desconocidas de la Pell de Brau, de la que nos habló desde la poesía nuestro admirado Salvador Espriu. Han viajado a Granada, a Reus, a Alicante, a Gandía, a Esplugues de Llobregat, a Almería, a las cambiantes planicies de La Roda, al Madrid trágico del millón de cadáveres de Dámaso Alonso... Y nosotros, y nosotras, con ellos, en autobús o, casi siempre, en coche particular. En la Reus modernista, tierra de Antoni Gaudí, nuestros hijos durmieron en improvisadas literas de lona en el colegio Joan Rebull, junto a las vías del tren, comieron bocadillos y jugaron en pistas de baloncesto de escuela pública y en la Plaça de la Llibertad. Con ellos estuvo Carmen, y cuando perdimos el primer partido con el Pamesa Valencia habló de un resultado irreal, del valor de la fortaleza psicológica y de que, como no se cansó de repetir a lo largo de los años, el baloncesto es un deporte de personas inteligentes. Por nuestra parte, la imaginación nos llevaba a rutas no visitadas del modernismo de la ciudad, la Casa Navàs y el Instituto Pere Mata. No sabemos si el “baloncesto es, de todos los deportes de equipo, el más abierto y con mayor incertidumbre”, como afirma Carmen, pero sí creemos que es capaz de alterar las rutas del arte prendidas con alfileres en imaginarios e imprescindibles cuadernos de viaje. Así lo hizo en Reus, en Barcelona, también en Cáceres. Tierra de conquistadores, Extemadura: sillares centenarios, cigüenas, casas fortificadas; mientras callejeábamos por las ciudad vieja tarareábamos mentalmente las estrofas de Pablo Guerrero que hablan de esos “hombres que se mueren sin haber conocido la mar”. Allí no estuvo Carmen. Seis de nuestros hijos, del CB Murcia 95, participaron con la selección regional en los Campeonatos de España de Baloncesto. Aún recordamos el frío intenso de la mañana, de la tarde, de la noche, mientras medio país se cubría de nieve. Luego, regresando por los caprichos radiales de nuestras carreteras, nuestros hijos se deleitaron acaso con planicies inmensas de brillos cegadores, con encinas centenarias rompiendo la inmensa horizontalidad blanca de las tierras invernales neocastellanas.

Esplugues de Llobregat y la ciudad de los prodigios de nuestro admirado Eduardo Mendoza. Si alguna vez el baloncesto debiera ser compaginado con la formación humanista, Barcelona es la ciudad ideal para tal objetivo. Todavía hoy nos deleitamos con la lectura de “Últimas tardes con Teresa” de Marsé e imaginamos al “Pijoaparte” bajando de noche las cuestas del Cotolengo o nos estremecemos con el descubrimiento del cadáver de Pau Sabater “en la carretera de Ribas, cerca de la denominada “Torre Baró””. Ya hemos hablado en alguna otra parte de Barcelona, “¡nuestra ciudad construida en alto sobre el mar!” en palabras de Becher. Nuestro hijos se alojaron en el albergue Pere Tarrés, en la calle Numancia, y todas las mañanas cogían el tranvía para jugar en Esplugues, y todos los mediodías o tardes retornaban viajando sobre raíles entre los que crecía hierba adornada con los rocíos de la madrugada. Los veíamos convertirse en átomos en la lejanía urbana, con Carmen a la cabeza, buscando los recodos abiertos que el capricho o el desorden urbanístico había cicatrizado en el paisaje. Por allí estuvo también Javi Muñoz y en cortas pero intensas conversaciones hablamos sobre baloncesto, y convinimos que Barcelona era una ciudad hermosa, abierta al mar y a la convivencia. La última noche, cenamos todos en un bar de una calle perpendicular a la calle Numancia. Retransmitían por televisión el partido de la Copa del Rey de Fútbol entre el FC Barcelona y el Sevilla, y aquello era, como era de esperar, una locura, preludio tal vez de la inmensa alegría que explosionó en los territorios imaginarios del futuro soñado del segundo domingo de julio de 2010. Por la mañana, el Cb Murcia había perdido su partido con el Fuenlabrada y Carmen Puigcerver Mula mantenía que el equipo madileño no era mejor que el nuestro y volvía a reiterar la importancia de la gestión de la inteligencia en un lance cestista. Fue una noche festiva. Nuestros hijos cenaron, se divirtieron, se gastaron bromas, algunos celebraron el triunfo del Sevilla FC pero todos salieron a la calle con voces alegres. De vuelta al hotel, mientras esperábamos el tranvía y mirábamos la hierba oscura, sentimos en nuestros rostros el viento frío de la madrugada que empujaba nubes de tempestad. Por aquellos primeros días de enero se celebró en Zaragoza el Campeonato de España de Baloncesto Cadete e Infantil y, nos consta, alguna madre vio por primera vez en su vida los copos de nieve y los territorios blancos de la ventisca.



La fotografía pertenece a la web del CB Murcia

















5 comentarios:

juana zafra dijo...

Qué pasa Lucía, se te ha secado el tintero, la pluma, o esa inspiración divina que tanto deleita a quienes te seguimos fielmente, acudiendo cada día a nuestro portátil como adictos a esa droga en la que ha convertido tu brillante verbo.

Por favor Licía sigue siendo nuestra luz y no nos abandones durante este largo y cálido estío murciano.

Anonymous dijo...

“Te recuerdo, Amanda,
la calle mojada,
corriendo a la fábrica
donde trabajaba Manuel.
La sonrisa ancha,
la lluvia en el pelo,
no importaba nada,
ibas a encontarte con él.
Con él, con él, con él, con él.
Son cinco minutos. La vida es eterna en cinco minutos.
Suena la sirena. De vuelta al trabajo
y tœ caminando lo iluminas todo,
los cinco minutos te hacen florecer.
Te recuerdo, Amanda,
la calle mojada
corriendo a la fábrica
donde trabajaba Manuel.
La sonrisa ancha,
la lluvia en el pelo,
no importaba nada
ibas a encontrarte con él.
Con él, con él, con él, con él.
que partió a la sierra,
que nunca hizo daño. Que partió a la sierra,
y en cinco minutos quedó destrozado.
Suena la sirena, de vuelta al trabajo
muchos no volvieron, tampoco Manuel.
Te recuerdo, Amanda,
la calle mojada,
corriendo a la fábrica
donde trabajaba Manuel”.

Victor Jara

Anonymous dijo...

Víctor Jara vivió y murió por y para la libertad.

Lucía Sánchez dijo...

También Miguel Hernández vivió y murió por y "para la libertad":

"Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.

Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.

Para la libertad me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo.

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.

Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida".

Anonymous dijo...

Muy bonita interpretada por Serrat.