martes, 3 de agosto de 2010

El retorno



A las afueras del pueblo, junto a la riera de Arbùcies, se levanta una urbanización de adosados prácticamanete deshabitada. La constructora quebró y las flamantes viviendas están cerradas a cal y canto, mientras el matorral se adueña de los parterres de sus patios. Desde una calle, por encima de la arboleda que fecunda todo el pueblo, se ven, bajo una luz crepuscular, las alturas mágicas del Montseny. Bajamos al bosque de ribera de la riera y nos sorprende la cúpula arbórea que la cubre y la abundancia de agua que brota de todas partes. La penumbra sólo se ve empañada por algunos rayos de sol que logran filtrarse entre las hojas de los árboles y que se reflejan en las húmedas rocas del lecho fluvial. Es un paisaje hermoso, lleno de colores y sonidos. Por aquí estuvo, a finales de los años 20 del siglo fenecido, Santiago Rusiñol inmortalizando en sus cuadros la poesía que mana de cualesquiera rincón de este valle de bosques de encinas, robles, pinos, alcornoques... y plátanos en el paseo de la riera y en las plazas y paseos de los pueblos. Llegamos, siguiendo el cauce del riachuelo, hasta el Molí de les Pipes y soñamos, los sueños son libres y abiertos a lo inexplicable, con encontrarnos, en alguna poza de agua, una pareja de nutrias jugando con un pez. Pero parece que estos animales desaparecieron hace bastantes años de estos paisajes que atraen con tanta insistencia a las personas que vivimos en la ciudades.

De regreso a Murcia, un entrañable anónimo nos informó como acceder a las fotografías del Campus de San Javier en el que participa nuestro hijo. Parece que se lo están pasando bien, entre compañeros, entre amigos, entre gente que disfruta jugando al baloncesto. Nos dedicamos a buscar en las fotos rostros, gestos, escorzos, movimientos truncados, complicidades, palmadas en la mano, esfuerzo, pasión...

A escasos kilómetros el Mar Menor y sus paseos de palmeras, la brisa marina, el leve encrespamiento de las aguas, los molinos y el cielo azul. Volveremos a pasear por sus plácidos crepúsculos, nos cruzaremos con ciclistas, con conocidos, con desconocidos y, en algún momento, el paisaje se abrirá a su pasado no tan lejano y nos devolverá la imagen de los caballitos de mar levitando en la transparencia del agua.

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