jueves, 26 de agosto de 2010

Esqueleto quebrado



La semana que viene comienzan los entrenamientos de nuestros hijos

El verano ha terminado.

Otrora acababa con una tormenta en medio del mar, con las aguas llevándose los restos de agosto.

Hoy la naturaleza no es nada, un esqueleto quebrado expuesto a los monzones.

Es nuestro sino, nuestra debilidad.

(nuestra ventura).



Pd: El compañero y amigo Antonio García Torres, también conocido como Antonio Parra por su hijo, publicó ayer, 25 de agosto, un hermoso relato en La Opinión de Murcia titulado “.La Chica del Mar Menor”. Creo Antonio, y perdóname si me equivoco, que la chica de la leyenda, que se aparece cada 3 ó 4 años aprovechando la luna llena de agosto, es la diosa del Mar Menor, si no él mismo, que atrae a las gentes solitarias- sufrientes- a sus cálidas aguas después de haber conseguido que les abriera su corazón.

Esta feneciendo el estío, creo que en los últimos has vuelto a contemplar el mar con ojos de antaño, con esa mirada que reconstruye el pasado en clave de mito.

Gracias por tu relato.





2 comentarios:

Anonymous dijo...

Gracias Lucía por la publicidad que de mi relato me haces. Es un honor que tú me menciones en tu blog, no por ser padre y compañero de baloncesto sino por mi parte literaria que me identifica contigo, siendo un placer para mi que te haya gustado mi relato.
Nos veremos más adelante, con basket de por medio.
un abrazo.
Antonio García Torres

Anonymous dijo...

Ay Lucía, qué cierto es eso que dicen de que después de la tempestad viene la calma.
Por problemas informáticos no he podido aportar en tus entradas éste comentario que escribí pasadas las tormentas de mediados de agosto. Con tu permiso te la pongo ahora, que hablas del fin del verano con lluvia para dejar atrás esos restos de veraneo.

Me cuenta quien lo ha visto que la tormenta que descargó hace varias noches en Lo Pagán recreó en sus calles lo que nos decía Jorge Manrique, aquello de que la vida son los ríos que van a parar al mar…
Calles llenas de agua cuya corriente acababa en la arena de la playa, abriéndole profundas heridas cuyas cicatrices se veían al amanecer.
Pequeños barrancos y cañones, émulos de sus hermanos mayores, labrados a lo largo de los siglos.
El horizonte lo marcaban los barcos que flotaban más allá de las boyas amarillas porque el mar era hoy más espejo que nunca, más calmo y porque las pocas nubes, tal vez preámbulo de más lluvia se reflejaban y tenía todo el mismo color. ¿Todo? No. Las puñaladas que le habían clavado las pequeñas corrientes que transitaban las calles son todavía visibles en el agua. El marrón de los arrastres convive con el rojizo amanecer y el azul del mar creando en algunos lugares una fiesta de colores.
La tormenta nocturna nos hacía fotos con sus flashes y nos amenizaba con su profundo retumbar en un espectáculo de luz y sonido, digno rival de algún concierto de música alternativa, de esos del chimpún-chimpún.
Prefiero el sonido de la tormenta o de una música melódica (child-out, le dicen ahora) que invite a la tranquilidad, a aquella en la que sus “notas” nos estresan u obligan al movimiento frenético.
Soy sedentaria, ¡qué le voy a hacer!
Gracias Lucía.
Lloranda Gay

pd. Enhorabuena a ese padre por sus relatos, hoy han publicado otro. Me ha gustado.