miércoles, 18 de agosto de 2010

Recuerde el alma dormida...


Parece, cuentan las crónicas y cuentas los críticos literarios, que Jorge Manrique fue herido de muerte en Castillo de Garcimuñoz, a la izquierda de la autovía de Madrid una vez pasado Honrubia. Sangrando por caminos de tierra y piedra fue trasladado al sur, a un pueblo de bonito nombre llamado Santa María del Campo Rus, no lejos de La Alberca del Záncara y de Belmonte, donde nació otro ilustre poeta: Fray Luis de León. Cuentan las crónicas, y también los sueños y las pesadillas de aquellas hermosas tierras de La Mancha, que por allí también estuvieron los romanos, como lo atestiguan las ruinas de Segóbriga, de Valeria o el puente romano de San Clemente. Cuentan los poetas que la triste figura de don Quijote vaga aún por todos los pinares, trigales, encinares y lugares de La Mancha y que en todo el abatido mundo se escuchan los versos de León Felipe:

“..hazme un sitio en tu montura

caballero derrotado,
hazme un sitio en tu montura
que yo también voy cargado
de amargura
y no puedo batallar.”.

Pero quiero recordar los versos de Jorge Manrique, que murió un abril de flores en Santa María, en esta llanura besada por el río Rus, que fue enterrado en el Monasterio de Uclés, el “Escorial de La Mancha”, triste cárcel de presos republicanos en los años cuarenta del siglo fenecido, colonia veraniega de inmersión en la lengua de Shakespeare en estos años de crisis global que apenas deja lugar para la esperanza. Y quiero recordarlos porque Jesús los ha mencionado en un comentario anterior: la vida, la muerte, los ríos, el mar... Y porque me ha devuelto a la memoria, ahora que los recuerdos buscan desesperadamente paisajes comunes del pasado ausentes de muerte y olvido, las palabras exactas que utilizaban mis padres para despertarme en las mañanas frías del invierno o cálidas de la primavera o el otoño:”Lucía, recuérdate”. Recordar como sinónimo de despertar, un arcaísmo castellano, primera palabra de las Coplas Manriqueñas:

“Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
como se pasa la vida,
como se viene la muerte tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor”.



“Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar”.

Mi padre murió a la orilla de uno de esos mares serenos, transparentes en las mañanas del invierno, rizados por la brisa, contemplado y cantado hace demasiados años por Eloy Sotelo, amado en estos tiempos difíciles por Ainhoa Izar. Me lo ha recordado Lloranda Gay, a pesar de que se le ha olvidado firmar su comentario. Quiero agradecérselo, también a Jesús, y a Carmen, y a Postebajo, y al autobús del nene, a la maravillosa gente, amiga y compañera, de los misteriosos barrios del otro lado del río Segura, y a las amigas y amigos anónimos. Los ríos, las vidas, se enamoran del mar, del universo, y desde allí nos contemplan desde las palomas celestiales. Cada estrella es un recuerdo, cada ola un beso de nuestros antepasados. Quiero acercarme a la orilla del mar, dejar caer arena entre los dedos, buscar en las rocas cangrejos, sorprenderme con la aparición inesperada de un caballito de mar, ver el rostro de mi padre emerger de las olas, entre la Isla Perdiguera y la Isla del Barón, contemplar la raíz de la luna bebiendo de los arrecifes de Isla Grosa...

¡Gracias!

3 comentarios:

José Felipe Coello Fariña dijo...

Cuando vuelves a la realidad del día a día, te encuentras con buenas y malas noticias.

Cuando partiste, en nuestro hogar tranquilo
todo mudo quedó, todo sin vida,
pero tu imagen encontró un asilo:
mi pobre corazón, nunca te olvida...Carlos Mazo, poeta.

Lo siento.
Un fuerte abrazo.

Lucía Sánchez dijo...

Gracias, Felipe

Anonymous dijo...

Lucía va para tí la frase de Ray Bradbury

"Te amo no sólo por lo que eres, sino por lo que soy cuando estoy contigo".


Besos