jueves, 14 de octubre de 2010

La tortuga que conocimos durante un maremoto


La tortuga asomó la cabeza de debajo del caparazón, vio algunas estrellas en el cielo y pensó que la tormenta había pasado. Hacia levante, los relámpagos iluminaban el cielo y los escarpes de la costa se recortaban abruptos en las láminas áureas de la noche. La tortuga tenía ciento sesenta años. En 1910 había contemplado el Cometa Halley en un cielo claro y limpio, y un día de abril esquivó como pudo el hundimiento de una mole de hierro y muerte. El Titanic jugó con su leve cuerpo, la engulló en burbujas de fría agua y apenas pudo recuperar su viaje entre esquirlas, cuerpos con los pulmones encharcados y recuerdos de música y baile en los salones de un transatlántico de lujos asiáticos.

No estuvo la tortuga en las trincheras de Verdún. Nadie, ni nada, podía vivir en medio de una tragedia de barro, sangre y lagrimas. No anduvo por las tierras asoladas por la Gran Guerra, ni durmió en los barracones de los campos de concentración. No estuvo en Stalingrado pero sí nadó entre las altas olas del Canal de La Mancha cuando los aliados tocaron tierra en Normandía. No llegó agazapada, como un testigo mudo de la ignominia, en la mochila de Grossman a tierras polacas, ni se hundió en las arenas del Sáhara huyendo de los carros de combate y del calor sofocante de la gangrena.

Era una tortuga de mar y apenas sintió el peso inerte de los barcos torpedeados por submarinos alemanes. Se enredó en las algas verdes de las costas de Filipinas, pero nunca se cruzó con los navíos de Conrad ni con el submarino del Capitán Nemo. Julio Verne miraba la luna, el rayo verde y la sabana de África. Entonces ella era joven y no se atrevía más allá de los estuarios de los ríos del corazón de las tinieblas. Aguas arriba era una expresión que le producía agotamiento, miedo a lo desconocido y a su propia supervivencia biológica.

La tortuga cumplió cincuenta años en 1900 y vivió otros cien años en el siglo más aciago, terrible e inhumano que ha conocido la materia viva en este planeta. En 2000 aprendió a deletrear la palabra globalización y en 2010 asisitió a la conversión de las corridas de toros en una bella arte, como fumar en una novela de Hammer o bailar flamenco en un tablao vascofrancés. Hemingway puede descansar en paz, si renaciera- no descartamos que las religiones orientales sean verdaderas- ya no tendría que escribir “Por Quién doblan las campanas”, “El viejo y el mar” o “Adiós a las armas”. Podría fumarse un puro en medio de una plaza de toros junto a García Lorca y banderillear con un par de filetes de carne la espalda sudorosa de un boxeador. Ernest se lo merece, La Habana también.

En fin, la tortuga se aventuró un día por los meandros de un río de la Indochina y se topó de frente con Coppola y Las Walkirias de Richard Wagner. Y allí conoció el horror- en negrita- y los pegajosos silencios de la humedad y la bruma de una naturaleza caníbal que se devoraba a sí misma, mientras la lluvia caía torrencialmente y limpiaba la sangre del manglar. Allí estaba Brandon y la certeza de que aquella guerra estaba perdida por toda la eternidad.

Pero lo que más aterrorizó a la tortuga fue ese maremoto que retiró durante pocos minutos las profundas aguas de la Bahía de Cartagena y mostró a un sol otoñal, transido por el viento y el vaivén de las nubes y de los sueños, los escorzos de una historia dos veces milenaria abandonada a la contemplación y al olvido. Ella quedó patas arriba, atorada en los restos de un pecio romano, entre ánforas y capas de literatura fantástica, entre bloques de piedra pulida y cieno, y esperanza, y alegría, y desazón...

Esperamos que cuando el CB Murcia 95 se desplace a Cartagena, el próximo 23 de octubre, las aguas del mar estén rizadas y las alturas de la bahía sean azules. Y que la tortuga se haya liberado de las garras del pasado y se abanique con las alas de los árboles mientras reconstruye esos hermosos molinos del campo abandonados a las inclemencias del tiempo, y de los gestores de las cosa pública.

Ps: se dirá que un maremoto de tales proporciones no sólo arrasaría la costa, también sobrepasaría los blandos contornos del Puerto de la Cadena y asolaría la ciudad de Murcia. Es cierto, pero a veces los castigos compartidos unen.


3 comentarios:

Jesús dijo...

Fantástico relato, pero creo que después de tantas calamidades sufridas durante milenios, tanto Cartagena como Murcia están sobredamente preparadas para soportar este maremoto y mil que vengan, sobre todo si el maremoto no es más que el efecto sobredimensionado de una simple ducha de agua fría.

Lucía Sánchez dijo...

Esta entrada no tiene ninguna lectura alternativa. La tortuga no tiene reminiscencias de las fábulas, ni nada por el estilo. Sólo representa una larga vida que ha pasado por todos los desastres de los dos últimos siglos. No quisiera dejar de escribir porque las metáforas que utilizo (pura literatura) pudieran ser malinterpretadas. En otras ocasiones, escribo buscando la sonoridad de la frase, nada más.
Con vuestro permiso seguiré escribiendo. Creo que hace ya bastante tiempo que el carácter literario de este blog predomina sobre cualesquiera otra consideración. No creo que deba repetirlo en exceso.No deseo que se me involucre en batallas ajenas.
Un saludo a todos y todas.

Anonymous dijo...

¡Ay, Lucía!
Da igual que escribas un cuento fantástico, de misterio, de amor...
Da igual el tema pero si en el texto se menciona a Murcia, Cartagena, Cartagena o Murcia, juntas o separadas, siempre habrá quien meta la sucia política humana en medio, quien dará la vuelta para buscar sutilezas allá donde sólo hay palabras sin curvas, sin repliegues.
Qué duda cabe que si quisieras abrir heridas lo harías con el fino escalpelo o bisturí de tu talento pero siempre hay mentes preparadas para la bronca, la bulla y la confrontación.
Me ha gustado mucho el relato, bueno, como todo lo que escribes y no me canso de decirte que ojala yo pudiera hacerlo la mitad que tu.
Hay veces, que ante tonterías dan ganas de decir tonterías por eso, me callo y te deseo que la tortuga sea testigo no de un maremoto pero si de una derrota local que permita al cb 95 volver a Murcia victorioso y con esos puntos, premio al buen hacer durante la contienda.
Así sea.
Gracias, Lucía
Lloranda Gay