sábado, 9 de octubre de 2010

Por tierras de Alicante


Alguien ha escrito- no recordamos su nombre, la juventud es a veces parca para retener lecturas que luego brotan de los manantiales de la memoria- que la Palestina de Figuras de la Pasión del Señor, de Gabriel Miró, y la Huerta de OrihuelaOleza- son la misma tierra, el mismo paisaje, el mismo corazón de sol, las mismas palmeras recortándose sobre los montes pelados. Tal vez sea así y ayer, cuando cruzábamos los parajes de la Vega Baja del río Segura, entre limoneros, palmeras, cerros aislados o que se alargaban como serpientes en el horizonte, creímos ver un hombre de largas barbas montado en un burro entre las palmeras del campo de Albatera. La luz mortecina del atardecer, los edificios que se erguían como rectángulos macizos de vida y cotidianeidad, la gran cúpula azul de la iglesia de Santiago Apóstol, la estación del tren, trágico fin de viaje para mucha gente que durmió allá en el campo de almendros, fueron imágenes efímeras arrastradas por el viento desarbolado del motor de combustión. Nos dirigíamos a Alicante, al Barrio de Babel, en caravana, sintiendo los vacíos del alma que la velocidad provoca en los paisajes dejados atrás. A la derecha, entre árboles, pequeños promontorios, pueblos y casas de huerta, debía estar el humedal del Fondó; a la izquierda Crevillente, que acoge en sus iglesias más imágenes de Benlliure que Cartagena; allá abajo, como un tajo de profunda soledad incrustado en el erial, el río Vinalopó; un poco más allá la conexión de la autovía con el Camino Real de Castilla; ya cerca de Alicante, en una hondonada entre laderas de ladrillo, el Clot de Galvany, humedal protegido por un cinturón de chalets y edificios; poco después las afueras de la antigua Lucentum, el Barrio de Babel, aledaño al Barrio de Gabriel Miró: Benalúa.

Nuestros hijos, del CB Murcia 95, jugaban un partido con los cadetes del Lucentum Meridiano. Tal era el motivo de nuestro viajes, tales son las excusas para hablar, algunas personas dirán que en demasía, de las cosas, gentes y paisajes que nos emocionan porque, y ésta es una confidencia, encontramos nuestro corazón perdido, ese que nos habla en silencio y nos concede placidez en la contemplación, en tierras de Alicante, a la sombra dura y maciza del Cid, en el Vinalopó Medio, en ese pueblo del que habla Max Aub: “Petrel, su promontorio, el castillo; olivares, tierra sedienta. El mejor ajo-aceite de España es el de Petrel, lo llaman giraboix” (Campo del Moro), la cuna de Federico Miñano, un personaje de El Campo de los Almendros de Aub, que asevera:

-”Os vais a Alicante. Yo soy de allí. ¿Ya lo sabías?. En Elda hablan español, y en Petrel, a media legua, valenciano, y no queráis saber lo que dicen unos de otros”.

Pero esa es otra historia, de allá los años ochenta, y ahora navegamos en otro siglo, con aguas turbulentas de crisis, con tormentas perfectas en el horizonte que apenas dan respiro, con un cielo grisáceo, macizo, como de granito cincelado por la incertidumbre. Y entre los resquicios microscópicos de la piedra buscamos la esperanza huyendo al pasado y viendo la figura del Redentor entre las palmeras de Orihuela o Albatera, o las aguas rebosando en los humedales y la literatura manando del fondo de las páginas y cubriendo con sus letras negras y de contornos suaves los paisajes mediterráneos de nuestra infancia.

Ya en el pabellón de deportes, mientras nuestros hijos jugaban a lo que les gusta- el baloncesto-, el CB Murcia ganaba en tierras gallegas de Orense y la selección española de fútbol comenzaba un encuentro victorioso con Lituania, rememorábamos el calor sofocante del estío fenecido, hablábamos sobre temas relacionados con el bilingüismo y nos indignábamos con una canasta que se negaba obstinadamente a dejar pasar entre su red el balón. En la calle, seguramente, caminaba el aliento de Gabriel Miró buscando la luz del mediodía, se escuchaba alguna composición de Óscar Esplá y Miguel Hernández soñaba con recorrer a pie el trayecto entre la cárcel de Alicante y los brazos de su querida Josefina. Catorce minutos sin encestar en una tierra hermosa dorada por el sol y acariciada por las aguas azules de un mar que nos trajo las voces de la civilización y cerró, en algún momento del pasado, las puertas de la libertad.

Perdimos el partido, los alicantinos ganaron por 59 a 51, pero el viaje mereció la pena, nos hizo reflexionar, nos devolvió un pasado digno de ser recordado, unos paisajes y unas figuras añoradas, un siglo fenecido que ya nunca volverá pero que fue, para nosotras, nuestra, parafraseando a Neruda, residencia temporal en la tierra.

1 comentario:

Anonymous dijo...

A mi me gusta más este otro poema de Pablo Neruda
Muere lentamente quien no viaja,
quien no lee,
quien no oye música
quien no encuentra gracia en sí mismo

Muere lentamente
quien destruye su amor propio,
quien no se deja ayudar.

Muere lentamente
quien se transforma en esclavo del hábito
repitiendo todos los días los mismos
trayectos,
quien no cambia de marca,
no se atreve a cambiar el color de su vestimenta
o bien no conversa con quien no conoce.

Muere lentamente
quien evita una pasión y su remolino de
emociones,
justamente éstas que regresanel brillo a los ojos
y restauran los corazones destrozados.

Muere lentamente
quien no gira el volante cuando está infeliz con
su trabajo, o su amor,
quien no arriesga lo cierto ni lo incierto para ir
atrás de un sueño
quien no se permite, ni siquiera una vez en su vida,
huir de los consejos sensatos......

¡ Vive hoy !

¡ Arriesga hoy !

¡Hazlo hoy !

¡ No te dejes morir lentamente !

¡ No te impidas ser feliz !

Pablo Neruda. Escritor chileno (1904-1973) Premio Nobel de Literatura (1971)