lunes, 29 de noviembre de 2010

Destellos de abandono


“Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida, llueve sobre la tierra que es del mismo color que el cielo, entre blando verde y blando gris ceniciento, y la raya del monte lleva ya mucho tiempo borrada”.


Camilo José Cela: Mazurca para dos muertos.


Así comienza la novela de un premio nobel. Anochece, los tubos de escape de los coches forman nubes blanquecinas sobre el fondo oscuro y rojizo de la carretera, que se disipan a escasos centímetros del asfalto. La llovizna cae mansamente sobre las hojas de los árboles, sobre los parabrisas de los coches, sobre las pistas cristalizadas de las pistas exteriores del Pabellón Infante. Y allí, entre canastas y porterías de fútbol sala, solo permanece el silencio del orvallo. Al fondo, las copas de los árboles de un jardín, y más allá, por encima de los tejados de los edificios, la torre de la catedral rodeada de la brumosa mirada de un cielo gris. No hay niñas jugando en las pistas deportivas, tampoco hay niños. Es un día frío, desapacible, silencioso... la ciudad duerme en un letargo de lluvia, paraguas y aceras mojadas.

Resulta curioso: un par de días de lluvia y ya vivimos la morriña del sol en lo alto del cielo, de algunas nubes blanquecinas arrastradas por el céfiro y de los paseos otoñales buscando la solana en las esquinas o en los jardines de la ciudad. Nuestra tierra es así: una luz cegadora que rodea con sus cálidos brazos los contornos del cielo y de la tierra. Pero la lluvia nos hacer volar más allá de las alargadas cordilleras de Iberia, entre páramos, ríos y luciérnagas en los remansos del bosque, y casi sin percibirlo vivimos en laderas siempre verdes, entre bosques de hayas y robles, a la grupa de caballos salvajes que se esconden en los altas cimas junto a osos y corzos.

Mientras observamos las pistas exteriores del Pabellón Infante desde el balcón de nuestra casa, imaginamos un paisaje de mieses doradas, de espigas de trigo tostadas por el sol del estío, de bandadas de pájaros formando estelas de seda en el cielo azul, y nos sentimos extrañas, y nos sentimos extranjeras bajo la lluvia, la bruma y el cristal de la lluvia.

Otro día sin baloncesto. Y las semanas pasan a destellos de abandono. Es nuestro sino.


Pd: Sergio, esperamos verte muy pronto por las pistas de baloncesto deleitándonos con tu juego. Desde este lado del Puerto de la Cadena te deseamos una pronta recuperación.
Pd1: ya de madrugada, Barcelona es una fiesta y Madrid esa ciudad de un millón de cadáveres de la que nos hablara Dámaso Alonso en un terrible poema de mediados de los cuarenta del siglo fenecido. Madrid, y las blancas extensiones de la "pell de brau" de ese otro inmenso poeta y dramaturgo que fue Salvador Espriu.


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