domingo, 5 de diciembre de 2010

Un viaje iniciado en la madrugada...


Si hay algo que se le puede escapar a la imaginación vivida de una mujer del sur, mediterránea, bañada por las olas azules de un cálido mar de limpios horizontes dorados, es una extensión casi infinita de ondas blancas que se pierden en las orlas grises que forman las montañas al precipitarse en un vacío de aire, lluvia, viento y esperanza. O el vuelo de un halcón con un pueblo bajo en la hondonada y la espadaña hiriendo con su filo las sierras nevadas del fondo del lienzo llano. O acaso los rectángulos rojizos de las hayas y de los robles rodeados por pinos y manchas dispersas de nieve. También el vuelo rasante de un águila rozando con sus garras los lomos de un ratón de campo que cruzaba la autovía.

Todas son imágenes de un viaje iniciado de madrugada, con el frío y la luna acallada por el tránsito errático de las nubes y de las lluvias. Atrás, muy atrás, nuestros hijos cruzando los terraplenes blancos de Saelices, no lejos de Segóbriga, en autobús, tal vez intentando dormir mientras escuchan música y no perciben que la llanura que dejan a sus espaldas se levanta sobre los pilares deshechos de una tierra dura, fría pero hermosa en las cuatro estaciones del año con sus tonos rojizos, dorados, verdes, ocres, marrones… tierra grande, extensa, de encinas, olivos, girasoles quemados por la falta de lluvia y el frío del abandono.

¿A dónde se dirigen con sus maletas, sus abrigos rojos, sus auriculares y sus almohadillas para descansar la cabeza mientras el autobús sube y baja suaves ondulaciones, se hunde en los valles del Tajo, del Ebro, del Duero y, finalmente, del Deba, río corto y bravo que fenece con su dulzura en las saladas aguas del Mar Cantábrico?. A Eíbar, a una tierra de valles perpendiculares al mar, de verdes eternos, de lluvia imperecedera, de caseríos de piedra y humedad, de una lengua extraña y misteriosa para una heredera de la cultura latina.

En Durango acariciamos las páginas de Obabakoak en euskera. Las montañas en derredor están nevadas, un viento húmedo agita los tenderetes de vendedores ambulantes mientras la gente camina de un lado a otro, mira el río que baja ruidoso y pasea por la Feria del Libro en euskera de Durango. Pasamos las páginas del libro de Atxaga y nos entra un deseo extraño de comprarlo y colocarlo en nuestra biblioteca junto a la traducción en castellano. Las que leímos Obabakoak en los años noventa nos enamoramos de la magia de Obaba, de sus sueños verdes, de su hechizo que se expande por los valles y montañas de esta tierra lluviosa y hermosa. Un libro precioso, de una prosa que enamora, musical, a la que siempre aspiramos y nunca llegamos a alcanzar.


Luego visitamos Elorrio y de regreso paseamos por las calles y plazas de Bergara, mientras recibimos un nuevo mensaje de una compañía de telefonía móvil informándonos de que el teléfono de nuestro hijo, que entrena en esos momentos en Eíbar, sigue apagado o fuera de cobertura. Entramos en una taberna y probamos los pintxok antes de regresar a las laderas de Bergara, desde la que la noche baja silenciosa y vacía las calles de gente.

Mañana será otro día. La selección murciana cadete juega contra Asturias en Zumárraga.

A las cinco de la tarde. Allí estaremos.

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