sábado, 30 de abril de 2011

Ha muerto Ernesto Sábato

 Ha muerto Ernesto Sábato. Para algunos de nosotras, esa parte de nuestro corazón que conoció la barbarie y no se la calló. Ahora es eterno porque vive junto a nosotras, en la biblioteca del pasillo o en el libro de la mesita de noche, mientras miramos el techo y vemos las tinieblas en las que él se sumergió- cuando dejó de sonreír-.

Eterno Sábato, eterna nuestra desdicha.

viernes, 29 de abril de 2011

Maneras de vivir el deporte...

Cuando escribo y opino (se puede escribir sin opinar y viceversa) intento aplicar una metodología que se resume en dos puntos:

-Si discrepo con otra persona siempre presupongo (es una terapia enriquecedora) que los argumentos de otros son al menos tan respetables como los míos y que de la confrontación de pareceres pueden surgir ideas que enriquezcan el escenario discursivo. Debe ser una caricaturización de la dialéctica, ya se sabe, tesis, antítesis y síntesis.

- Que existe una alta probabilidad de que mis argumentos estén contaminados por mi corazón y que lo que describo, defiendo o pongo en tela de juicio no se corresponde con la realidad, incluida la realidad del otro, de la persona con la que mantengo un disenso, con aquella gente que me llama, por poner un ejemplo, tonta del bote o sectaria. Claro, se argumentará que el corazón crea una realidad elástica que abarcaría desde el delirium tremen hasta la negación de la posibilidad de cualquier verdad individual o colectiva.

Por lo tanto, no creo en nada, o no creo en nada que sea elaborado asocialmente ni en nada en lo que no participe una pluralidad de personas que elaboren socialmente una idea, un acto u organicen la realidad a partir de la interrelación mutua de sensaciones y sentimientos.

Vivimos una época de información masiva que es ofrecida a las personas en bruto. Atrás quedó la época de los monjes medievales, de la creación de la imprenta y de la educación de y para las élites. En la Nube se puede encontrar todo, absolutamente todo. No obstante, hay blogueros que parecen vivir en un monasterio, que pasean diariamente, probablemente al atardecer, por un claustro románico y que cultivan verduras en el huerto monacal, sin saber que, extramuros, hay también vida, pensamiento, pasión, lucha y, ¿por qué no?, muerte y sufrimiento. La historia que se nos cuenta es muchas veces falsa, aunque los que pudieran desmentirla murieron hace muchos siglos sin haber cogido entre sus dedos una pluma o haber pasado la mano por las miniaturas de un libro pre-Gutenberg. A veces no creemos el centro del Universo sin comprender que éste tiene miles de millones de centros en los que late un corazón, una idea, un sueño o una frustración, que permanecen en la oscuridad, en silencio, oyendo las voces de unos pocos mientras se ríen, lloran, discrepan o asienten.

Es maravilloso que la gente, yo lo hago, se asome a la Nube y abra su corazón a un mundo en realidad desconocido, dejando suspendidas en las gotas de agua, en los cristales de hielo, un guiño, una opinión, una discrepancia o una sonrisa.

El próximo domingo, a las 10,30 horas juega el CB Murcia 96 y el Canow Caravaca. Allí estaré y espero hablar del partido, del sol, de Carmen y también de la gente que llega del noroeste con percepciones diametralmente opuestas a la mía. Pero seguramente me maravillará cualquier detalle que pase desapercibido. Por ejemplo, en el partido del CB Murcia 95 con el Canow Cehegín, en la capital, me sorprendió, y me encantó, ver a una ceheginera sola en la grada, con un libro entreabierto, creo que de Rosa Montero, leyendo y, sin duda, disfrutando de la lectura, sobremanera cuando recordé la tarde anterior, el tambor del martes santo y la insoportable bocina que estuvo tronando la mitad del partido. Pero no lo critico, son maneras de vivir el deporte.

miércoles, 27 de abril de 2011

Entre la dosis y la sobredosis....

Entre la dosis (“Cántico” de Jorge Guillén) y la sobredosis (“Inés y la alegría” de Almudena Grandes) me llega el rumor de un partido de fútbol.


 Las paredes de ahora son de papel, ¡pero que bonito resulta a veces el beatus ille, la vida retirada…!



"     Agua abajo,
con follaje incesante busca a su dios el árbol".


Jorge Guillén.

martes, 26 de abril de 2011

De nuestras fiestas y de las suyas

Hoy es el día del Bando de la Huerta, a decir de muchos la fiesta identitaria de una ciudad clara y abierta, que ha destruido su entorno de agua, tierra húmeda y melocotón pero mantiene en su memoria, como una foto fija que atormenta su presente, lo que fuimos y nunca volveremos a ser. Es como si cada 21 de enero guillotináramos en la Plaza de la Revolución a Luis XVI y María Antonieta, o no; es como si cada primavera convocáramos a nuestros ancestros para ridiculizar su vida, su lucha, la miseria de sus barracas y a las cabras hinchadas flotando en los remansos de la riada- y a algunos jóvenes, sin más futuro que sus brazos, que se fueron a las guerras coloniales por la sendica de Vicente Medina y nunca regresaron-.
La historia de las ciudad y su entorno no es la caricaturización del pasado, los bueyes en medio de la Gran Vía, el estiércol y las esparteñas, los vocablos con los que alguna vez nos acariciaron nuestras abuelas o el carril encharcado con la sierra emboriada al fondo. La historia de la ciudad y su huerta es el relato del progreso pero también del sufrimiento, de la espantosa mortalidad infantil, del analfabetismo y de las epidemias que diezmaban la población periódicamente.
Y ahora, mientras reconstruimos un pasado falso, destruimos el futuro con vanas ilusiones, con miradas rencorosas por encima de montañas, ríos y mares, con supuestas bondades intrínsecas e irrefutables maldades foráneas arrastradas por los vientos de Babel y de su torre. Así somos, como casi todos los pueblos que derraman lágrimas en la arena milenaria de la identidad y apartan de sus dunas los granos negros, irregulares, distintos y distantes.


Las fiestas identitarias son a veces el escenario de los fracasos colectivos. En ellas imaginamos quienes no fuimos, o no quisimos ser, o no nos dejaron ser y tejemos una mitología de dioses bondadosos y protectores de nuestros defectos, de rebaños de cabras tamborileando con sus pezuñas de oro alquímico el corazón de la ciudad, de borrachines que se tornan en príncipes orondos, de gallos, gallinos y otros gallináceos que surgen de la espesura luminosa de la noche mediterránea con un vaso de güisqui en una mano y un habano en la otra- ¡Aquí estoy, soy tu peor pesadilla!-.
Las fiestas son también excusa propicia para frivolizar en la Nube, para acusar a alguna entrenadora de todos los males endémicos, de reciente adquisición y futuros, del baloncesto regional y de su labor pedagógica y de hablar de un supuesto “factor fiestas” como favorable a la estrategia del CB Murcia 96. ¡Cómo si el Entierro de la Sardina fuera un acicate para las huestes murcianas!, ¡cómo si en el espejo en el que nos reflejamos muchas murcianas no surgiera, como una tarántula suspendida sobre la perpendicular de nuestros lechos, la imagen machista y elitista de una fiesta anclada en la noche de las pesadillas de La Restauración!. Cierto que no conozco demasiado los Caballos del Vino, pero desde Caravaca nos llega la brisa fresca del desconocimiento de una fiesta de señoritos. ¿De verdad que no sabéis que el 30 de abril por la noche se realiza en Murcia un desfile llamado El Entierro de la Sardina?. Si esto es así no puedo sino manifestar mis simpatías por aquellas tierras del noroeste en las que se alzan los pueblos más bellos de esta tierra nuestra.

domingo, 24 de abril de 2011

Aunque el retorno sea tan incierto...

No sé hasta que punto los vientos llegan henchidos de pasión, esa enfermedad que nos traspasa el corazón con el amargo sabor de la verdad revelada. La Semana Santa fenece entre nubarrones, humedad y vacío en los días que se hinchan como esponjas secadas al sol en los vientres de las cárcavas y de los abejarucos. Enemigos en tierra propia, desterrados tras las puertas enrejadas de nuestra impropia dignidad. Miradas perdidas, extrañas, riachuelos que se desbravan en el musgo y en la roca desnuda, callada, expectante- ¡cuánta agua blanca ha visto el canto rodado ennegrecerse en el amansamiento de las pozas!-, silencio entre las lenguas vernáculas de la naturaleza, a ras del acebuche y de la telaraña que lo adormece con su tensa seda.
No creo en la Semana Santa, no creo en el sacrificio de la carne que todo lo enturbia, tampoco en la inmolación de los sentimientos en ese cruce de caminos que se ramifica en cada esquina de la blogosfera, creando malestar, orgullo sajado por la distancia, nubes que se precipitan como cascadas de sueños radiactivos en cada latido de nuestros corazones.
Somos el pueblo del baloncesto, y a veces pienso que cuarenta años de errancia (“Retira tus Barrotes, Muerte / Deja entrar los Rebaños agotados/ cuyos balidos dejan de repetirse/ cuya errancia acabó / Tuya es la noche más serena/ Tuyo el Redil seguro”(*)) no son suficientes para reconocer la amistad, tampoco el sereno hogar en el que reímos y soñamos. No sé a quién dirigir mis palabras, las ideas que las hilvanan con el hilo de la preocupación, las carreteras que separan con sus dos carriles en cada sentido, los olmos de alquitrán- y sus hojas de lejía- que impiden el paso con su versos satánicos, el día negro de los castillos daneses… no hay voces para tanto vendaval, todavía las hojas del invierno se arremolinan en los parterres de césped artificial.
A lo lejos, más allá de las suaves líneas de las sierras que observan ventosas el discurrir domesticado de los ríos, está el mar, y los brumos de algas en los acantilados, y la historia milenaria cincelada en el mármol, y el olor a salitre, y ciertos rubores que oran callan ora claman en el desierto del Sinaí, mientras las palmeras y los oasis se clavan a la arena con uñas de diamante, y un equipo, el CBC 95, que se adormece en la cresta de la ola de lavanda. Tiempos de mudanzas, tiempos de creer.
Porque si hemos de creer en el presente, el CBC 95 no estará en la final a cuatro – así lo predican los expertos-, pero si nuestras creencias no tienen raíces terrenales, y sí mágicas, y este blog bebe de la magia y no de la prosa prusiana, tenemos pendiente una comida poética a la orilla de cualquier mar, colina o pinar alejado, junto a un libro de Guillén, de Gil de Biedma, de Hierro o de la misma Odisea en eterno retorno a la tierra de nuestros ideales, a la Ítaca abandonada al huracán de los mercados y de las realidades prostituidas.
¿No es así, Jesús?.

(*)- Emily Dickinson.

jueves, 21 de abril de 2011

Volvemos


Debe ser terrible creer que Dios no ha muerto y, contra toda evidencia humana, que los milagros son posibles. Luces de las noches de invierno, que nos guían de la mano entre el silencio y las esquivas y escalofriantes miradas de los gatos –blancos, negros, azules, ¿qué importa si el futuro es tuyo y el dolor eternamente mío?-.
Debe ser terrible, sí, saber que callar es hablar a un mundo que no existe, o que cree no existir, o que concede que el silencio es sinónimo de vacío físico y moral, como la sequedad de los campos, las amapolas soñando en las mesetas veladas o el imperativo de nuestros amos que juegan en extrañas islas a gobernarnos entre risas y bromas sangrantes.
El silencio en penumbra es también libertad de expresión, querido amigo. El silencio es, a veces, la palabra prestada a todas las personas que te rodean, el discurso de los demás que penetra en el bosque de tu imaginación, la contemplación en sordina de un mundo que se desmorona sin remisión sin que- Dios ha muerto, recordadlo- la silueta de un volcán en mitad de un océano de miradas turquesas y palmeras en forma de brazos, pueda evitarlo.
El baloncesto es ese volcán, pero el mundo se hunde irremisiblemente a tu alrededor aunque evites su mirada perdida, aunque pienses que hablando, gritando, gesticulando se puede retardar, o incluso evitar, la imperecedera tragedia. En algún sitio, escribió Vasili Grossman que “el mal permanece imperturbable desde que el mundo es mundo pero por doquier crece la bondad como se expande el grano de mostaza”. En otro sitio lo reproduje yo, pensando no en el mal sino en la capacidad de las personas de plantar palabras de amistad, también de odio o de despecho- no nos engañemos-, en los más profundos eriales del alma humana.
Plantar palabras en el arsénico, sembrar los campos inertes con bosques de palabras, de frases, de sentimientos en definitiva.
Las Horas Sitiadas nace con voluntad de crear poesía con la arena de la vida, grano a grano, luz a luz, oscuridad a oscuridad; también de hablar de baloncesto- más bien de todo lo que rodea a este deporte que no es, recordadlo, solo pistas, balones y pizarras. Es también el rayo de sol que penetra por el tragaluz de un pabellón, los paisajes y las nubes, el viento meciendo el espliego o la muralla que no nos deja ver otros mundos distintos, complejos, rebosantes de experiencias complementarias y de disensos enriquecedores.
Las Horas Sitiadas no nace con voluntad guerrera. La palabra es su espada; la noche estelada, su escudo; nuestros hijos e hijas, su excusa; la amistad, su brújula.
Bienvenidos, bienvenidas a este lugar de encuentro.