jueves, 21 de abril de 2011

Volvemos


Debe ser terrible creer que Dios no ha muerto y, contra toda evidencia humana, que los milagros son posibles. Luces de las noches de invierno, que nos guían de la mano entre el silencio y las esquivas y escalofriantes miradas de los gatos –blancos, negros, azules, ¿qué importa si el futuro es tuyo y el dolor eternamente mío?-.
Debe ser terrible, sí, saber que callar es hablar a un mundo que no existe, o que cree no existir, o que concede que el silencio es sinónimo de vacío físico y moral, como la sequedad de los campos, las amapolas soñando en las mesetas veladas o el imperativo de nuestros amos que juegan en extrañas islas a gobernarnos entre risas y bromas sangrantes.
El silencio en penumbra es también libertad de expresión, querido amigo. El silencio es, a veces, la palabra prestada a todas las personas que te rodean, el discurso de los demás que penetra en el bosque de tu imaginación, la contemplación en sordina de un mundo que se desmorona sin remisión sin que- Dios ha muerto, recordadlo- la silueta de un volcán en mitad de un océano de miradas turquesas y palmeras en forma de brazos, pueda evitarlo.
El baloncesto es ese volcán, pero el mundo se hunde irremisiblemente a tu alrededor aunque evites su mirada perdida, aunque pienses que hablando, gritando, gesticulando se puede retardar, o incluso evitar, la imperecedera tragedia. En algún sitio, escribió Vasili Grossman que “el mal permanece imperturbable desde que el mundo es mundo pero por doquier crece la bondad como se expande el grano de mostaza”. En otro sitio lo reproduje yo, pensando no en el mal sino en la capacidad de las personas de plantar palabras de amistad, también de odio o de despecho- no nos engañemos-, en los más profundos eriales del alma humana.
Plantar palabras en el arsénico, sembrar los campos inertes con bosques de palabras, de frases, de sentimientos en definitiva.
Las Horas Sitiadas nace con voluntad de crear poesía con la arena de la vida, grano a grano, luz a luz, oscuridad a oscuridad; también de hablar de baloncesto- más bien de todo lo que rodea a este deporte que no es, recordadlo, solo pistas, balones y pizarras. Es también el rayo de sol que penetra por el tragaluz de un pabellón, los paisajes y las nubes, el viento meciendo el espliego o la muralla que no nos deja ver otros mundos distintos, complejos, rebosantes de experiencias complementarias y de disensos enriquecedores.
Las Horas Sitiadas no nace con voluntad guerrera. La palabra es su espada; la noche estelada, su escudo; nuestros hijos e hijas, su excusa; la amistad, su brújula.
Bienvenidos, bienvenidas a este lugar de encuentro.

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