sábado, 30 de julio de 2011

Paradojas

¿Qué se encuentra detrás del silencio?
La voz de los que hablan.








Ilia Repin: Los sirgadores del Volga

jueves, 14 de julio de 2011

Paraísos de incertidumbre

Cuando regresamos a la tierra descubrimos que existen paraísos de certidumbre en los que no merece la pena vivir, tampoco morir eternamente. Aguas turbias, torrentes de cieno en la mirada, una nube extraña, como un rabo de camaleón, ascendiendo por las paredes rectilíneas de un futuro reconstruido con las experiencias, felices o no, del pasado. Nos asimos con las colas místicas de los monos a las ramas gruesas y sempiternas de las creencias deshumanizadas por la escolástica: fe, esperanza, amor, transcendencia. Y pensamos que los siglos han transcurrido sin cambios evidentes, siempre los mismos dueños de nuestros corazones, que abren en canal para mostrar al mundo que no solo somos carne, también sacrificio, lucha, espíritu y oropeles en derredor.
Los paraísos de certidumbre nos hacen infelices, a pesar del sabor húmedo de las nubes, y huimos como el diablo huye de los campos de limones, de las torres y de las cúpulas en medio de la huerta. Más allá de los membrillos maduros de septiembre, de San Miguel en los primeros días del otoño, de San Francisco de Asís y el 4 de octubre, de las águilas en las altas cumbres, de los gorriones un tanto estúpidos en los aleros de los claustros monacales, nos queda la convicción de que hay hilos invisibles que mueven nuestros brazos, nuestras piernas, nuestro cuerpo todo y que las ideas que se hacen palabras son dictadas en los campanarios y vía crucis de las guerras de religión de una Europa de ríos de sangre y hogueras en las acrópolis, ágoras y lugares de peregrinación laicos.
Nos elevamos como columnas de humo por encima de los trescientos y pocos metros del Puerto de la Cadena aguardando mensajes en el viento, aullidos de mar embravecido en las hojas de los árboles, espectros de esperanza en los cortafuegos de la sierra, y solo escuchamos el lamento del silencio, la pluma deshecha, el agua blanca de un mar blanco en mitad del incendio de la biblioteca de Alejandría. ¿Cuándo volverán los bárbaros, Kavafis, a escandalizarnos con sus palabras que descienden de los paraísos de incertidumbre?.
Nunca, mañana, el teatro romano, los pecios en el fondo del puerto, la laicidad, tu, él, vosotros, ellos, la libertad buscada y siempre perdida.

viernes, 1 de julio de 2011

Hemos vivido muchos siglos en la oscuridad...


Hemos vivido muchos siglos en la oscuridad y cuando hemos tocado el poder con las algas adheridas a los dedos, húmedas, saladas, escurridizas, traicioneras, hemos seguido viviendo en las tinieblas, como si no fuéramos amos siquiera de nuestros sueños, tampoco de nuestras vidas y escasas pertenencias. El poder y su viscosidad, el poder y la traición, el poder y la frustración…
Hemos vividos muchos siglos con las manos yermas, sin vida, señalando el cielo, las nubes que lo cruzan arrastradas por el viento, el sol azul –o verde, o rojo, o violeta-, las gaviotas y los cóndores de las cordilleras blancas, y solo las algas y su olor a salitre, a mar, a olas y a espuma blanca nos han acompañado en la travesía de los desheredados – los esclavos, los herejes, los cavadores, los guillotinados, las brujas y los encantadores de serpientes- nos ha hecho sentirnos libres en una cuadrícula del corazón colectivo de todas las generaciones y de todas las razas.
Hemos vivido muchos siglos rozando el poder con el aroma del mar, con la visión extraña de las velas latinas en el horizonte azul y de los molinos en las llanuras de algarrobos, almendros, higueras y sueños tardíos de grandeza. Nos hemos creído grandes siendo polizones en un barco de espejismos de grandeza, y todos, pasajeros y polizones, nutrimos ahora el fondo de los mares, alimento de cangrejos y de peces de ojos luminiscentes.
Hemos querido tocar la Nube con los dedos sin huellas dactilares, seres sin pasado, sin filiación, sin palabra, para arrojar el silencio de los siglos a las fosas del olvido, y no nos hemos percatado de que la Nube es infinita y que los bucles de la mentira nos arrastran a las costas vacías, allí donde la noche es noche y el verbo solo existe enterrado en la arena, entre los restos del naufragio colectivo.
Invocar ahora a Eloy Sotelo, a su verso fácil y su indumentaria de mendigo londinense de mediados del decinueve, a sus manos ateridas por el hielo, a su cuerpo hermoso fosilizado en las entrañas de un lago blanco y duro, de poco nos sirve; invocar a sus amigos, a sus seguidores, a su amada rodeada en el puerto de Alicante, a mi madre, a la revuelta permanente, al “no pasarán” de las calles atenienses, al sol, a la luna, a los mújoles nadando en aguas transparentes, a los caballitos de mar, al amor de nuestra vida, a ti, a mí, a todo lo que merece ser amado y a todo lo que merece ser olvidado, nos hace suspirar y pensar que la vida transcurre por espacios, muy estrechos, casi imperceptibles, de serenidad y de creencias en el más allá.
Invocar a Ainhoa Izar, ¿os acordáis de ella?, a esa estrella que ilumina con su mirada dulce y húmeda a la vez las hayas de Irati, a esa mujer que no quiso viajar a Sara y prefirió buscar los sonetos de Eloy Sotelo en las aguas tranquilas del Mar Menor, en la espuma y en la boca hambrienta de la luna naciente, nos hace besar el viento enredado en sus cabellos, el aroma a humus y a libertad.
Estamos en verano y la mente es caprichosa.
Vuelve Eloy Sotelo y la blanca muerte de Leningrado, vuelve Ainhoa Izar y las estrellas que la protegen, que nos protegen, de los gélidos vientos que soplan por esta mortecina Nube de nuestros recuerdos.