martes, 13 de septiembre de 2011

Santuario

Cuenta la Guía Secreta de Murcia, Cartagena y Mar Menor, de Ismael Galiana y Adolfo Fernández, que cierto día, ante una de las sequías recurrentes que asolan nuestra región, un grupo de ciudadanos se entrevistó con el obispo de la diócesis de Cartagena, para sacar en rogativa- ¿se dice así?- a la Virgen de la Fuensanta. El obispo, acaso imbuido por el Concilio Vaticano II, descorrió el visillo de una ventana del palacio episcopal, observó el brillante sol murciano y dijo, con la parsimonia de dos siglos de historia del cristianismo hegemónico (*):
-Ustedes sáquenla, pero el cielo no da lluvia.
Eran otros tiempos, tal vez los tiempos sean los mismos. La devoción popular es contradictoria: ora se deja llevar por la razón- una razón no científica, por supuesto- ora por la pasión. Parece que domeñar la naturaleza es misión imposible porque ésta se vuelve irresponsable- para algunos- cuando se intenta moldearla o demuestra su fragilidad- para otros- cuando se la condiciona en exceso.
Ahora, mientras escucho en esta mañana de nubes de calor, que se disipan poco a poco en un cielo azul y brillante, el tronar de los cohetes que acompañan la subida de la Virgen de la Fuensanta a su santuario serrano, pienso que a nadie se le ha ocurrido sacar a la Virgen en rogativa para que domeñe la furia desatada de los etéreos mercados internacionales. Puede que la fe sea impotente ante el dinero, puede que los muros de los nuevos templos levantados para glorificar la omnipotencia humana sean de cemento, acero y cristal ante la mampostería de piedra de las iglesias y catedrales cristianas, puede que hayamos envejecido y solo seamos papel pajizo y arrugado pisoteado en las calles del futuro. Puede.
Existe una corriente teológica, minoritaria entre el clero, que niega el infierno porque si éste fuera real Dios no existiría. Tal vez sea cierto, tal vez el mundo que habitamos sea una pesadilla modelada por el negativo de nuestras virtudes.
Ahora, mientras los cohetes suenan cada vez más lejanos,  las nubes algodonadas se diluyen en las claridades del sol emergente y el helicóptero de la policía nacional sobrevuela los edificios de la ciudad, pienso en ríos que desembocan en los mares, en bosques boreales, en iceberg que derivan hacia aguas más cálidas, en osos blancos y en sangre vertida caprichosamente en los témpanos del alma. A lo lejos, la Virgen sigue su peregrinar acompañada de una marea humana que cree y que ama.
¡Qué equivocada estoy!

(*)- Siglos en el original, la autora quiso escribir milenios.

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