domingo, 30 de octubre de 2011

Peces del Pleistoceno

En la época de las guerras del agua vivíamos en una felicidad preedénica. Al menos eso pensábamos. El mundo era un espejo de nuestras ambiciones y los ríos los cantos de sirena que confundían a los navegantes de la historia. Descendíamos felices a los bosques de ribera, mirábamos con placer los chopos y las sombras frescas de los castaños, respirábamos el aire de nuestras palabras, embaucábamos a las serpientes con las voces del bosque profundo y sonreíamos a la multitud que se congregaba en las plazas de ciudades y pueblos para aplaudirnos y vitorearnos. Éramos inmortales, al menos eso pensábamos.
En la época de las guerras del agua los ríos desembocaban en las cloacas, los caballitos de mar cabalgaban en las piscinas de los campos de golf, los poetas retozaban cuartetos bajo las hojas de los sauces, que hablaban en esencia de la belleza rectangular del ladrillo y de los enterramientos colectivos de las tortugas moras. Rapsodas de nuestra tierra, poliédricos soñadores del mar de piedra y de la arena de hierba artificial. Tierra adentro, las brujos de las tribus de las cuencas endorreicas hablaban nuestro mismo idioma, el lenguaje de los guerreros dialécticos y de la inacción congénita. Y el discurso les funcionaba con la precisión de un rolex diseñado en las nieves imperfectas del Kilimanjaro.
Cuando las tierras se fundieron en un silencioso canto de soledad y abandono, pudimos comprobar que las aguas sí desembocaban en los mares. Nos lo dijeron al oído las ballenas, las focas, las carabelas portuguesas que llamaban a las puertas de arena, las sirenas que rehuyó cobardemente Ulises, nuestra última esperanza de en Ítaca, pero ya era tarde, las lenguas del mar llamaban con sus labios salados a las muchedumbres calladas.
En la época de las guerras del agua Rafael Alberti, ese poeta que tanto conocía y amaba la mar, volvió a escucharse en los campos y plazas del país. ¡Maldito hombre de letras, las cigüeñas del Puerto de Santa María te lleven a las tierras amargas de África!. Y las gentes escucharon atentamente el poema galope, y lo cantaron y soñaron con una guitarra española, sierras de Andalucía, amores cobrizos y flores en cada portal.


Las tierras, las tierras, las tierras de España,
las grandes, las solas, desiertas llanuras.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
al sol y a la luna.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
A corazón suenan, resuenan, resuenan
las tierras de España, en las herraduras.
Galopa, jinete del pueblo,
caballo cuatralbo,
caballo de espuma.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;
que es nadie la muerte si va en tu montura.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
que la tierra es tuya.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!”.

Ahora somos peces del pleistoceno, nos enterraron en la mar. Vivimos en las profundidades abisales y cuando hay temporal nos asomamos a las desembocaduras de los ríos para oler el agua dulce de la sabiduría.
En la época de las guerras del agua fuimos felices. Ahora lloramos en el mar.



3 comentarios:

Anónimo dijo...

je,je..notaba una cierta masculinidad y no sabía porqué.
Chao Sr Saura


Aringsh

Francisco Saura dijo...

hay mensajes encriptados que no llego a entender.

Concha Cabezas dijo...

Magnífica prosa. Preciosas metáforas. Admirable