viernes, 25 de noviembre de 2011

La flexireligiosidad

Nunca sabremos si la flexireligiosidad surgió en el Concilio Vaticano II porque los cardenales miraron en derredor y concluyeron que había que abrir el abanico de los actos de salvación eterna o fue el mismo Dios en que la inspiró. Contra esta segunda idea se opone el argumento de que siendo el mismo Dios de las tres religiones monoteístas por excelencia, tal apertura no se produjo ni en el judaísmo ni en el islamismo. Lo cierto es que la flexireligiosidad otorgó al católico la posibilidad de ascender al cielo sin necesidad de acatar las estrictas reglas impuestas por los sucesivos concilios de la Iglesia Romana. Por ejemplo, se podía omitir la asistencia de misa dominical si el creyente buscaba en las cumbres de las montañas el suspiro divino de la contemplación de la belleza inigualable del sol crepuscular de azulados contornos; o explicando a su hijo algunos problemas de álgebra de difícil resolución. Esa era la flexireligiosidad: siempre que actuaras haciendo el bien, Dios estaba contigo.
No obstante, siempre existió una especie de gente que predicaba algo así como “vive a tu manera y no dejes que los demás lo hagan a la suya” y que nunca aceptó que Dios pudiera ser tan liberal con las costumbres de sus vecinos. Además, comenzaron a surgir movimientos católicos de base que confundieron la apuesta preferencial por los pobres con el dar a los pobres lo que era de los ricos, es decir, el dinero y el acceso a la propiedad de la tierra de los latifundistas- no confundamos, no hablamos de la linda Europa-. Aquella Iglesia inició, incluso, un debate con corrientes materialistas de izquierda y llegó a ceder celdas en los monasterios para que ateos y marxistas meditaran sobre las relaciones entre religión y liberación. Pensemos por ejemplo en Passolini.
La secularización que se produjo en España fue vertiginosa y pronto, cuando la dictadura daba los últimos coletazos, surgieron de las tinieblas del silencio impuesto opiniones, modas y gustos de todo tipo, cual más atrevido e irrespetuoso. La flexireligiosidad seguía teniendo buena salud, la gente vivía la vida, se divertía y evitaba hacer el mal al prójimo. Existían muchos caminos de salvación y tener 20 hijos podía ser uno de ellos entre miles. En este periodo se legalizó el divorcio y el aborto limitado, el matrimonio civil creció como la espuma. Mas tarde llegaría el matrimonio entre personas del mismo sexo. Para entonces la flexireligiosidad estaba en declive. Los colegios de ideario religioso surgían como los hongos en terrenos urbanos de titularidad municipal, los papas de Roma clamaban contra el relativismo cultural y afirmaban, mientras organizaban manifestaciones de creyentes indignados, que ellos no se inmiscuían en los asuntos terrenales. La ortoreligiosidad se afianzaba en la doctrina católica, en el judaísmo y en el islamismo. Solo había un camino que llevara a la salvación y este pasaba por la sumisión de los fieles, incluidos sus representantes políticos a los designios de la cúpula religiosa.
En 2011 la fruta estaba madura y el que le pegara un mordisco sería fulminado por los rayos celestes y por las televisiones religiosas.
Esperando estamos....

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