jueves, 1 de diciembre de 2011

“No me siento partícipe de tu creación”- pensó mientras descendía por los rápidos de la vida-, remolinos de plástico, una mirada blanca, como la espuma de los torrentes y la mirada que se desvaneció mientras sentía que la asfixia era la única razón de la eterna carrera de obstáculos en la que se convirtió la mera existencia de los condenados: nosotros.
Nosotros los condenados que buscamos en los campos de amapolas la gota de sangre que colme nuestra ansia de eternidad, y solo hayamos las cenizas de una erupción volcánica, la voluptuosidad del desdén de los que nos gobiernan con sus plegarias y sus bocas de algodón.
Bocas de algodón que alguna vez sirvieron para acallar nuestras risas, blancos algodones en los arrecifes de helechos y en los nidos siempre húmedos de los petreles que duermen la plácida brisa del Golfo en los nichos de las nubes y de los bajeles piratas.
Allá en Argentina, en las selvas de la dulce cintura de América- Neruda dixit-, en los lomos de miel de las llamas y de las vicuñas, en los acolchados espejos del fondo del bosque de castaños o en los lagos cristáceos de las montañas altas e inmensas duerme nuestra esperanza, que no es otra que el sueño de dos cuerpos de seda y el desdén de todo lo que en derredor es superfluo y superficial: la constitución de un nuevo gobierno, el acoso de los mercados, la nueva misión espacial de la NASA o el color olivarero de los poetas del Siglo XXI, apesadumbrados compositores de la marchas fúnebres de un mundo y sus certezas que se aleja en el pasado con la Sinfonía número 13 de Shostakóvich.
Mientras, las noches transcurren en blanco y la luna es una ilusión de azúcar que llama a las ventanas de los adolescentes que desconocen que, cruzadas las colinas, el mar es un espejo de lágrimas y los peces discípulos de los juncos y de los ríos que desembocan en las acequias, entre hierba, luz y melocotones.
Me despide el insomnio aguardando la pronta amanecida, la lucha diaria y el sonrojo que produce mirar en la cara de los demás la desazón de un siglo perdido en su apenas nacimiento.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, Lucía
Me ha gustado el relato. Tétrico por lo real y cierto de lo que estamos padeciendo pero no así la sinfonía.
Me la imaginaba tranquila, sosegada, para escuchar poniendo música a pensamientos agradables, al descanso de la comida pero no, me ha resultado estridente, ruidosa en extremo...
Un ejemplo de la sociedad que nos está rodeando, alentada por los facinerosos que nos manejan desde lo alto y que a su vez son manejados desde lo profundo.
Yo no me sonrojo al mirar a la cara a los demás y ver lo que expresan. No, me niego a dejarme vencer y no pienso tirar la toalla y menos aún ahora. ¡Adelante mis 43! que decía aquella señorita de ébano, anunciando la dulce y alcohólica bebida cartagenera.
Gracias, Lucía