martes, 10 de abril de 2012

El bando de la huerta

La desbandada en la huerta fue un episodio vírico que afectó a todas las capas sociales que habían vivido durante generaciones en el fondo del valle. En la huerta vivían pequeños propietarios pero también gente sin un pedazo de tormo, que vendían su fuerza de trabajo para mondar las acequias y brazales, para ayudar en la recogida de la patatas o en cualquiera otros menesteres. Eso ocurría antes de que se les diera pataditas a las tortugas para que se marcharan o que desaparecieran los pereteros y no se vieran nidos de pájaros carpinteros en cualquier limonero de las proximidades de la mota. Recuerdo a mi abuela matando un conejo con el alpargate, los quinqués iluminando tenuemente las habitaciones de la casa, el olor y el sabor del melocotón, los albercoques y los miles y miles de salagustines en los matorrales del reguerón. Y los carriles, y el lechero que pasaba por casa con su producto cada vez más vendido, cada vez más aguado, según mi madre.
Todo eso acabó, se lo llevo el tiempo quedando el esqueleto de la tradición en un día primaveral, algo nuboso, de abril. Ahora se puede pasear por los carriles asfaltados de la huerta, admirar las nuevas construcciones huertanas: feos chalets funcionales con sus jardines y sus correspondientes parterres con palmeras. ¿Dónde puedo coger un membrillo a finales de septiembre, por San Miguel, y morderlo para que quede en mi boca esa aspereza de la niñez?, ¿o meterme en el brazal con un cazamariposas para pescar grandes peces víctimas de las últimas sequías y del vaciado de los pantanos?.
Un día se produjo la desbandada en la huerta. Hoy sus herederos nos quedamos fuera del desfile para contemplar como se pueden subliminar vivencias y además ser felices durante un día. A fin de cuentas, el Bando de la Huerta fue ideado en 1851 por unos señoritos murcianos que se aburrían y decidieron organizar un festejo. Igual que ocurrió con la extinta Batalla de las Flores y con ese monumento al despropósito machista y a la exaltación del consumo alcohólico de alta graduación que es El Entierro de la Sardina.Todo lo que tenemos en Murcia es cosa de señoritos, lo que explicaría muchas cosas de nuestra idiosincrasia, para unas personas en sentido positivo, para otras todo lo contrario.

1 comentario:

José Martín Mengual Andreu dijo...

"Señoritos" Diste en el clavo. Si bien esta clase social se deja ver en todos los festejos de la ciudad, donde se muestra escandalosamente visible es en el Entierro de la Sardina, un espectáculo totalmente prescindible en donde queda patente la social de castas disfrazada que existe en nuestro país. Los de las carrozas con su arrogancia, sorteando un pequeño regalo al populacho que observa al señorito, rogándole que tenga a bien lanzarle el preciado tesoro. Triste espectáculo. Lo dicho; Prescindible.