Los intelectuales suelen
confundir los deseos con la realidad, aunque aquellos tengan un
corpus teórico más o menos articulado. Esto explicaría que la
Historia esté poblada de realidades fracasadas, algunas
sanguinarias, otras ridículas. La praxis del intelectual de
cualquier rama del saber, incluida la ciencia del baloncesto,
generalmente acaba en fracaso porque la práctica no necesita de
teoría desenvolviéndose, como lo hace, en un mundo caótico en el
que la única certeza es que el poder siempre actúa en su propio
provecho y en el de sus acólitos. En la cima de la pirámide reina
el dios Ra, que irradia sabiduría pero también capricho y arbitrio.
Los dioses, bien se sabe, son depositarios de la verdad que habita en
el corazón de las sombras y estas se mueven como en una cancha de
baloncesto, siendo sus jugadores rayos de luz modelados por un núcleo
que no se puede mirar sin quedar ciegos. Por eso el silencio reina en
el mundo, por eso los gritos que se escuchan provienen de dioses
iracundos, ceñudos pero dotados de una sabiduría infalible que
nunca acaba en vergüenza porque este atributo, o falla existencial,
pertenece al reino de los mortales. Ante esto solo cabe callar o
elaborar metáforas.
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