jueves, 21 de junio de 2012

Bopi Slavhe


Me llama el entrenador de mi hijo y me dice que ha leído un poema de Bopi Slavhe, que si lo conozco (el poema y el autor), que desconocía la espiritualidad de la poesía serbia. Le digo que sí, que Slavhe tiene una producción literaria muy interesante manchada, ¡es una pena!, en los años noventa por su militancia nacionalista. Quizá un serbio de Sarajevo no podía adoptar otra aptitud, pero Bopi sí; al menos debió tomarla, haberse opuesto a los designios homicidas de Karadzic.
Slavhe es el poeta de las contradicciones: utiliza metáforas florales en plena guerra, de los racimos de bombas surgen birlochas multicolores que ascienden más allá de las nubes arrastradas por el humo de las explosiones. En algún momento parece que dulcifica la soledad del alma atormentada con un cuenco de ojos asilvestrados que observan su soledad en una habitación con muros de aire. Nadie antes consiguió esa imagen onírica, difícilmente nadie lo conseguirá en un futuro lejano.
Bopi Slavhe termina amando la guerra, la hace corazón de sus sonetos, la acuna en los crepúsculos de la vida, encharcándola en un azul vaporoso, fruto gelatinoso que nos recuerda el árbol del Edén. Sus guerreros aman la lucha, se pasean en triciclos mientras las bombas estallan en derredor, rezan a las ninfas de los estanques rodeados de nubes de azufre, juegan y ríen mientras leen en las aguas profundas de un río de escombros la prosa aterciopelada de “Sarajevo y su metralla”.
Me llama el entrenador de mi hijo y me pregunta si he leído a Bopi Slavhe. Le digo que sí, desde principios del otoño pasado, el serbio de Sarajevo es mi autor de cabecera. 

El autor de la fotografía es Mieza Ajanovic

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