sábado, 16 de junio de 2012

Jolgorio humillante


Desde la quinta planta del Hospital Reina Sofía, sobre las azoteas de los edificios del Infante, se ve La Cresta del Gallo, el Pico del Relojero y, más a la derecha, la cumbre rocosa del Puerto de la Cadena. La bruma de la amanecida desdibuja los perfiles oscuros de la sierra y el sol brilla con el estrépito luminoso y callado de su dominio absoluto hasta, al menos, octubre. Tal vez por entonces poden las moreras de los jardines y la brisa otoñal refresque los atardeceres siempre dulces de estas tierras mediterráneas.
El tiempo, ese misterio que permanecía casi inalterable en nuestra niñez y adolescencia, dibuja nuevos paisajes ante nuestros ojos. Hace dos años fue una sábana blanca cubriendo el cuerpo inerte de un ser querido, hoy es una ventana de un hospital, un río inmóvil abajo, una hilera de palmeras a lo largo de la avenida Infante don Juan Manuel. El tiempo es todo, ahora lo sabemos.
Ayer en el turno de tarde el familiar de un paciente ingresado se encaró con las enfermeras y auxiliares de la planta. Los mismos tópicos de los últimos años. Ser albañil si es un trabajo, lo demás privilegio. Hemos perdido la batalla cultural. En algún tiempo conseguimos victorias momentáneas, pírricas, ahora sabemos que el Consenso de Whashington es un tornado que tritura nuestro presente y trastoca la posición de las cosas.
Hace unos años se decidió disciplinar a los trabajadores. Demasiados derechos, derechos exacerbados- pensarán muchas de las personas que demonizan leyes como la prevención de riesgos laborales o la de igualdad entre hombres y mujeres, simples transposiciones de las Directivas europeas, derechos básicos en cualquier democracia avanzada europea-. En poco tiempo tales ideas han tornado mayoritarias en nuestra sociedad y ya se pide trabajo por un plato de lentejas. Ya no importa la salud laboral, la igualdad, la protección ante la enfermedad, el subsidio de desempleo, todas aquellas cosas por las que lucharon nuestros antepasados durante dos siglos. Los medios de comunicación, esos periódicos, emisoras de radio y de televisión que son esclavas del accionista mayoritario y, por tanto, de sus caprichos y de sus compromisos ideológicos, han concluido que para ser libres hay que aceptar nuevas formas de esclavitud y así lo han transmitido a la sociedad. Y casi todos, y todas, volvemos a los lemas decimonónicos, como el “vivan las caenas”. Y estamos dispuestos a llevar grilletes a cambio de un trabajo, de un contrato mísero con míseras contraprestaciones.
Lagarde, del FMI, ha avanzado las medicinas para los próximos meses: subida del IVA, bajada del sueldo a los empleados públicos. Ahora solo falta su escenificación. Todavía recuerdo algún titular de los diarios del 12 de septiembre de 2001: “El mundo en vilo a la espera de las represalias de Norteamérica” (o algo parecido). Titulares muy similares al “Europa guarda el aliento ante las elecciones griegas”.
La libertad política parece que ha muerto. En su entierro participamos casi todo la sociedad con un jolgorio humillante para nuestros abuelos.

No hay comentarios: