miércoles, 22 de octubre de 2014

La senda de los elefantes neoliberales

La senda de los elefantes neoliberales son de ida y vuelta. Cuando declina la estrella que los guía,  marchan en fila india, con los colmillos ya subastados en los mercados del sureste de Asia, con el peso de su usura haciéndoles tambalearse de un lado a otro, a veces bordeando un precipicio que no parece tener fin. Varias veces han marchado los elefantes neoliberales a sus tumbas babilónicas y otras tantas han retornado cuando ya no se les esperaba.
La Historia es larga, tan larga que parece aburrida. Pero  hay un continuum de sufrimiento que la hace trágica en cualquier momento o lugar. La tragedia tiene perfiles distintos, se presenta como una bruja a la que hay que quemar (“nosotras somos las nietas de las brujas que no quemasteis”), como un digger al que hay que decapitar, como un afrancesado al que hay que expulsar con el ejército liberal en retirada, como un muerto de hambre al que hay que dejar morir para que la oferta y la demanda mantengan la armonía demandada por el laisser faire, como una epidemia de peste negra que adapte la población a la cosecha.
A los elefantes neoliberales comenzaron a movérseles los colmillos en el Siglo XVII, pero antes, en el profundo magma de la insidia humana algunas gentes tuvieron el valor de arañarles el marfil con herramientas rudimentarias. La cabeza de un rey rodó por la ribera del Támesis y más tarde, cuando el primer capitalismo tiraba de los lomos de Inglaterra, otra cabeza cayó en un cesto de una plaza parisina. Entonces, los encarnados colmillos de los elefantes neoliberales soltaron un líquido viscoso, podrido, fétido, y ya no eran el ariete tan eficaz que había sido hasta entonces. Se trababan en las estrechas calles de París, se enredaban con las sillas y las mesas de las trincheras, los niños se columpiaban en sus curvas cuando quedaban paralizados por los gritos del gentío que llenaba las calles con banderas, torsos desnudos y la ilusión que el mundo había cambiado de bando.
Después de la II Guerra Mundial los elefantes neoliberales marcharon a sus cuarteles de invierno para desovar sus colmillos en el río del progreso humano que parecía ocuparlo todo. El tiempo torero de embestidas y burlas ideológicas había llegado a su fin. La estaca ya no hacía efecto y los pueblos se consideraban libres (vana ilusión) y no toleraban el yugo en sus costras de sangre acumuladas a lo largo de la desgracia milenaria. Se sentían hermosos, alegres, con un futuro de luz y de esperanza. Tal fenómeno se contagió a todo el Orbe.
No sabemos si fue en ese momento cuando la gente que arrancó de cuajo los pocos anclajes que les quedaban a los colmillos de los elefantes neoliberales se convirtió en casta. En algún momento, la Podemología estudiará ese tiempo histórico y los estigmas que portaban aquellas gentes que soñaban en un mundo sin violencia económica. Lo cierto, es que los elefantes se recluyeron en su cementerio para relamerse las heridas y pensar en un futuro dominio sin colmillos. La coerción ya no servía. Había que diseñar un mundo de azúcar que dificultara el vuelo de las mariposas para que no pudieran hallar la red que envolvía sus ilusiones de libertad. Tampoco se trataba de eliminar la violencia definitivamente. En el cono sur había lugares idóneos para amputar las manos de un cantautor, para llenar campos de fútbol de soñadores o para tapizar las playas de cadáveres traídos por el oleaje. En Europa la cosa era diferente, o eso pensábamos.
Un día la Historia se acabó, o se cortocircuitó o quién sabe qué paso con ella. Y toda la sociedad decidió que las enseñanzas del pasado para nada servían porque la edad definitiva de las fiestas eternas había llegado y ahora solo bastaba con esperar a que el destino te sacara a bailar y te regalara un préstamo hipotecario, una preferente o una tarjeta opaca. Entonces todos fuimos casta porque fuimos sistema. Hay gente que lo niega ahora, que nunca se hizo ilusiones con el país de las maravillas inmobiliarias,  de las noches de blanca luna y de la despreocupación más absoluta. Habría que recordar las vergonzosas fotografías de alcaldes corruptos llevados a hombros desde la cárcel hasta el fruto de su latrocinio o las sonrisas de indulgencia hacia esa izquierda, ahora motejada de casta, que hablaba de la inmoralidad que se estaba adueñando de la Res Publica. Era una izquierda despreciada por el común por mantener ideas demodé. Curiosamente, algunas de esas personas que menospreciaban ideas de solidaridad han hallado la luz, una luz que comenzó tenue y camino lleva de convertirse en una estrella que guía los pensamientos de una generación que ha sido despertada por una dolorosa bofetada de realidad.

La estrella, como ese cometa que presuntamente llevó a un cuadra a unos reyes orientales, cruzará los amaneceres y los crepúsculos de los meses venideros solidificada en un pensamiento de cambio diamantino. Creyentes los hay, ahora solo falta la humildad (o quizá el respeto)

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