sábado, 18 de octubre de 2014

Las serpientes quietas

No lejos,
las serpientes quietas, calladas,
observando el brillo del sol sobre los rastrojos,
el latido inane de las barcazas,
que eran exhibidos por las plazas de los pueblos
y enturbiados en las charcas de las aldeas,
el silencio que pudo ser eterno
de los versos recitados
en los contrafuertes de la lealtad y de la verdad.

El mechón de cabello del poeta
en la cajita de música,
madera oscura que huele a muerte,
y un poco más allá su mano asolada,
el reflujo del agua de la laguna
y el brillo de los saltamontes
que penan el crepúsculo
con una pose de tumba colectiva.


En la línea pardusca de las colmenas,en la ladera de los diapasones que templan el alma,
a la vista del campanario que domina el valle,
se excavó una fosa común.
Allí fue enterrado el poeta,
y con los huesos de raíces
y lombrices blanquecinas de sus vecinos,
compuso un poema a las estrellas,
extraños versos para un hombre
de ojos de arena mojada.

La miel regó la tierra removida,
se fragmentó en perlas dulces
y cada flor de la primavera siguiente
se vistió con el olor,
con el sabor,
con el amor de los enjambres de abejas
que murieron en los campos de batalla,
junto a las barcazas,
el musgo
y el semen estéril de los soldados.
Aquella franja de tierra fue solar de libertad
en los terribles años que sucedieron a la derrota,
allí estaban esparcidas las palabras del poeta del agua,
de la tierra,
de la luz
y de la desdicha...

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