martes, 28 de octubre de 2014

Punica granatum





Llegó la mañana con sus lienzos de luz. Una detrás de otra, las horas pesaban, empujaban para abajo con su latidos de plomo. Alguna garceta cruzó el cielo, más allá del río y las desnudeces del nuevo día se vestían con el algodón de las nubes que organizaban la cúpula celeste. Nadie podría pensar que en un día como aquel, idéntico a todos los que se agrupaban en fila india desde el mismo origen de la palabra escrita, el mundo se nos viniera encima. Y lo hizo con el estruendo del pie de las cataratas, con la riada de un día otoñal, pongamos que el de Santa Teresa, con la desesperación de los que siempre fueron pobres y comenzaban a atesorar plata y poder.
Pobres gentes que llegaron tarde al festín, que cuando se sentaron a la mesa, del cordero solo quedaban los huesos, que aprendieron de sus predecesores la alquimia de la riqueza sin que nunca pudieran espejar el futuro con sus fórmulas magistrales. Gentes como tú y como yo que frotaron la lámpara de Aladino sin que de ella saliera genio alguno, ni siquiera un doblón de oro o el ojo de la puerta del serrallo.
¡Fueron tantos los ríos de oro que fluyeron desde el corazón dormido del pueblo!, ¡fueron tanto los sueños que se cumplieron entre sábanas de seda, arenas tropicales y noches de blanco satén!, ¡fueron tantas las complicidades silenciadas por el metal que erigió imperios y los envió, una vez cumplida su sagrada misión, a los basureros del olvido!.
Creímos en el fin de la Historia con una lujuria irrefrenable, bebimos de la fuente del comercio, atesoramos las monedas de la traición en el hueco de la indignidad, fuimos inconscientes durante una década creyendo que el espíritu de la época era eterno y no la efímera vida de las magnolias.
Y entonces el mundo se vino abajo con un estruendo terrible.
Cayeron empresarios, cayeron soldados de fortuna, cayeron políticos, alcaldes y antiguos idealistas. Cayeron soñadores sanados hacía dos décadas, cayeron poetas del dinero y economistas de la palabra. Cayeron montañas de decencia, cayeron los últimos vestigios de la enfermedad de la solidaridad. Cayeron y ya nunca volvieron a levantarse.
¡ Qué terrible sensación de desnudez!. ¡Los nimios ahorros de una larga vida de lucha cuestionado por los plebeyos, iluminado por las cámaras de televisión, violado por las miradas burlonas, azotado por los gélidos vientos de la revuelta colectiva!.
Llegan tiempos de honradez forzada, llegan tiempos de justicia.
Punica granatum.

El horror que se cierne sobre el universo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Camotín. Ese era el apodo que esta mañana no me salía.
Y no había caído yo en lo de punica granatum.