lunes, 8 de diciembre de 2014

Dibujamos una luna redonda




Primero dibujamos una luna redonda, grande, entre brumas nocturnas, golpeada por el viento galáctico, abierta a los mares del sur en retales de texturas, sabores y colores dispersos, soñada por los amantes que burlan a las nubes con su sexos de piedras rojizas, calientes, con corazones que laten acompasadamente en su interior, una luna nueva, distinta y distante que imita el canto del ruiseñor en la amanecida, que tiene contorno de espuma y algas, que se contempla entre palmeras y arena quebradiza, que surge al atardecer y nos contempla desde arriba, señorial, majestuosa, una dama blanca, amarilla, anaranjada...
Luego, durante la vigilia, mientras observas un suspiro ascendiendo por los juncos del cañaveral o el vuelo del abejaruco, el rumor de sus alas o el olor de su plumaje, cuando ya sabes que no eres nadie, que tus recuerdos no escarban en la tierra húmeda de lo que un día fue la juventud (ahora perdida, ahora olvidada), que tus manos, la piel que la cubre, ya no acarician la miel que recubre tu alma, ese mundo blasfemo (a veces) que habita tu ser, tu pensamiento, la forma de reconstruir un pasado fantasmal, luego (digo), durante la vigilia, anudas con las palabras un verso suelto, que no rima con la estrofa, que huye del soneto, y lo lanzas al aire para que vuele, para que edifique palacios de caramelo en la perpendicular de las ciudades (estas oscuras, vacías, peces que se pudren en el río que las surca)...
Después, la luna, tú, yo, la paloma, la espuma de la cerveza, un torrente interior que desgarra los músculos del corazón, el viento que arrecia, la palabra que calla, el fuego, el hielo, Tales de Mileto, el olvido, las Guerras Médicas, Ulises y el Mediterráneo, Ítaca, los caballeros de la tabla redonda, la cruz en el cruce de caminos de irlanda, un castro, gente ardiendo en el feudo del feudo inconcluso, Trastámara, los castillos en medio del páramo, la armadura, la espada, los gritos de las brujas entre las llamas, América, la desgracia, el río Amazonas, un mar de árboles, un océano de ramas, monos y pájaros exóticos, tú y yo de nuevo dibujando paraísos, tú y yo dibujando infiernos de locura, de amargura, de sadismo...
Finalmente, borramos la luna, sus contornos, la mano de luz que surge de su amor y ya solo queda oscuridad (la de este mundo y de este tiempo) y sabemos, sabes, que nada es eterno, ni sólido. La historia nos lo recuerda.


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