viernes, 11 de diciembre de 2009

García del Toro y el yacimiento andalusí de San Esteban


Resulta paradójico como el poder modifica debates en los que las partes asumen postulados incuestionables y basados en la ciencia, en la técnica o en el análisis lógico. Hablamos del poder legítimo que inviste de autoridad al que lo representa. Parece que el presidente de la comunidad autónoma lo detenta, y cuando habla, esta vez desde Bonn, o callan, o mantienen el discurso si es coincidente con el suyo, o lo modifican en un radio de circunferencia que puede llegar hasta 180º. Esto parece haber ocurrido con el debate público sobre el yacimiento andalusí del Jardín de San Esteban, lo que nos hace reflexionar sobre el papel de la conciencia individual en el mundo de la política, y de la economía, y de la cultura… La única persona que ha mantenido un discurso sin fisuras y contradicciones ha sido Javier García del Toro, arqueólogo y profesor universitario. Los demás, estamos hablando de las instituciones, se han comportado como veletas azotadas por vientos inseguros y provenientes de ninguna parte. Es comprensible que las estructuras que generan poder exijan fidelidad, sean partidos políticos, organizaciones empresariales y sindicales o movimientos sociales de cualquier clase. Pero Javier García del Toro no pertenecía a esas redes y la sociedad murciana lo ha investido de autoritas. Parece que hay mucha gente en la Nube indignada por la conservación de cuatro ladrillos y por la supuesta conversión de un maravilloso depósito de CO2 y hollín en un foco de ratas y suciedad. Pero seguramente esta gente también tiene un interés legítimo que se verá afectado por la resolución del contrato de construcción del parking. Se han perdido más de 1500 buenos negocios y eso duele al bolsillo e indigna a la moral utilitaria. No obstante, nos alegramos que los intereses generales prevalezcan sobre las pretensiones de una parte ínfima del entramado social de lucrarse.

Creemos que el presidente murciano ha sabido beber de los anhelos de sus conciudadanos. Tememos, sin embargo, esa capacidad de metamorfosis de mucha gente que cambia la piel y la conciencia cuando el Oráculo de Delfos habla, aunque sea desde Bonn.

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