
Juan Oliva ha jugado estos días en Eslovenia, país que jamás ha visitado la autora de esta entrada y que, no me cabe duda, estará en los “debe” de la vida cuando la aurora cierre definitivamente mis ojos con sus dedos rosados. Estar cerca de Los Alpes, oler el viento de Los Alpes, jugar entre montañas verdes, agua y tormentas al atardecer…
Juan Oliva ha triunfado en Eslovenia: Ha jugado, ha anotado y se ha divertido. No sabemos si ha viajado, con el resto del equipo, por el país, de poco más de 20.000 kilómetros cuadrados, y si se ha asomado a la costa del Adriático. Se lo preguntaremos a los padres si los vemos este septiembre. Resulta extraño que cuando visitaron presumiblemente Liubliana el final del trayecto concluyera en los centros comerciales a las afueras de la ciudad. Cosas de la nueva cultura universal.
No importa. Las alas adolescentes de Juan Oliva y sus compañeros de selección han ascendido a las nubes blancas del mediodía y sus miradas han quedado prendadas de las aguas cristalinas del Lago Bled, de su isla, de su iglesia, de las montañas cercanas, de la nieve que cubre el invierno esloveno. Y en otoño lo veremos de nuevo caminar por las calles de los misteriosos barrios del otro lado del río, un olmo en medio de los sauces, creciendo como jugador en el CB Murcia y como persona entre amigos y amigas, entre compañeros y compañeras.
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