jueves, 24 de junio de 2010

No podemos fijar los recuerdos...


No podemos fijar los recuerdos en un calendario. Fue hace muchos años, acaso los primeros ochenta del siglo fenecido. Mi hermano mayor regresó de una excursión al Campamento de Los Narejos; sólo después, con el paso de los años, se llamó Centro de Alto Rendimiento. Y volvió con una carta náutica con anotaciones de las profundidades del Mar Menor. Por entonces esa extensión de rizos marinos y azulejos solares tenía una fisonomía distinta a la actual. Casi no había playas de arena, en los fondos pedregosos buscábamos cangrejos, zorros y caballitos de mar. Las casas se extendían pocos centenares de metros hacia el interior y nos encontrábamos con zonas inservibles para el baño donde se acumulaba el fango y los residuos arrastrados por el viento dominante. El Mar Menor vibraba de vida y no se observaba, de noche, la orla de luces que se cierne sobre prácticamente todo el perímetro litoral. Era otra época, distinta tal vez, más provinciana. Por los pueblos costeros no se escuchaba alemán, tampoco inglés, apenas francés. Cualquier tiempo pasado fue mejor para la naturaleza. Aquí y allá. Sabemos que todo se diluye en el olvido, que hay que esforzarse para recordar esas palmeras salvajes ahora contenidas en parterres vallados, el vuelo de las cometas en el horizonte azul o el lento movimiento de los caballitos de mar en la cercana ribera. También ha cambiado su fisonomía el C.A.R de Los Narejos. Se han construido nuevas instalaciones: residencias, pabellones, pistas de padel, un puerto con sus amarres, salidas de cemento al mar... pero aún permanecen los pinos, los eucaliptos y las palmeras de aquellos primeros años ochenta. Y hoy mientras nos despedíamos de nuestra hija, hemos recordado el pasado, la visión del mar entre troncos de árboles, el chinarro, las tonalidades oscuras del mar, las figuras entrañables de La Isla del Barón y la Isla Perdiguera, nuestra infancia, los relatos sobre nuestro tatarabuelo que estuvo en la Guerra de Cuba y que nadaba desde Los Alcázares hasta las islas sin apenas cansarse, los peces, las algas, las sandalias de goma con hebillas oxidadas... Y hemos mirado la línea de La Manga y no hemos visto edificios, sólo un cielo azul sobre la blanca arena; y más allá la figura recortada de la Isla Grossa.
Espero que nuestra hija se lleve consigo recuerdos hermosos de su estancia en el Campus de Baloncesto de Los Narejos, y que dentro de muchos años escriba sobre ellos huyendo de la fealdad que extiende su negro manto sobre un mar maravilloso, el mar de nuestra infancia.

No hay comentarios: