Hoy he paseado por las calles de Lorca. Cosas del trabajo. Ya a la salida de la autovía, en dirección a Águilas, se observaban los efectos del terremoto. Las grietas en algunas casas de dos pisos y en el edificio de una central hidroeléctrica. El sol caía a plomo sobre las azoteas de la ciudad, el lo alto una torre del castillo había sido apuntalada y el verde de las redes apenas dejaba vislumbrar el ondear de una bandera nacional. Pasada una rambla poco profunda sombreada por los eucaliptos hemos entrado en el barrio de La Viña: soledad, edificios apuntalados, puertas de accesos con cadenas, cruces negras, verdes, la manzana de una calle demolida y aplanada, los edificios de la otra manzana, a la espera de la grúa, bajos comerciales reventados, un barrio muerto.
Lorca ha sufrido y le quedan años de sufrimiento. No todo es oro bajo el manto de la solidaridad, las cámaras de televisión, los políticos paseándose por sus calles y la simpatía de los equipos de fútbol. La realidad marca sus pautas sin piedad: crisis económica, mercado, paro, parálisis de las administraciones públicas, un barrio obrero arrasado… el olvido extiende más pronto que tarde su manto oscuro, las imágenes se difuminan en el éter, las palabras se derriten en las aceras calcinadas del estío o se las lleva las tormentas de los primeros días del otoño.
Veremos.