viernes, 9 de diciembre de 2011

La soledad, un problema político

Esta tarde fui a la farmacia a que me dispensaran medicación para mis suegros. Todo normal. A ciertas edades la vida, cuando ha sido dura como la fue la de nuestros padres, deja de ser dulce y amable y nos recuerda que todo tiene su fin como alguna vez tuvo su principio- ¿quién se acuerda ya de él, de la niñez y de los melocotones y los albaricoques de la orilla del reguerón, de la biblioteca expoliada de un antiguo rector de la universidad y de aquel pájaro carpintero que encontramos herido en un bancal de limones?.
Volviendo a casa, con la humedad de la noche descendiendo de un cielo brumoso, he recordado la leyenda de una pintada en un edificio de la Avenida de Miguel Induráin: la soledad es un problema político. La soledad de cientos de miles de ancianas y ancianos que vivieron y trabajaron en la época del desarrollo industrial y de la despoblación vertiginoso del campo, la soledad de un crecimiento económico que no vino acompañado, como sí sucedió en Europa Occidental, de un despliegue de los servicios de protección social que los estados pusieron a disposición de sus ciudadanos. La soledad de la Tercera Edad entró tarde y mal en la agenda política española, pero entró. Como mucho antes entró en las agendas de las democracias occidentales la sexualidad como problema política- Kate Millet dixit-, y más atrás aún el subsidio de desempleo, el derecho a una pensión, la esclavitud, la abolición de las tiranías, los malos usos, el reconocimiento de la dimensión espiritual de la mujer....Avances y retrocesos, sueños y realidad....
Vivimos una época de dolorosos cambios, en la que debemos preguntarnos por lo que tenemos y a lo que no queremos renunciar. Y creo que la protección de nuestros padres y madres ante la soledad es irrenunciable por parte de cualquier Estado que se precie de democrático. Para eso se aprobó unánimemente la Ley de Dependencia, porque nuestros mayores, no todos claro, viven expuestos a la soledad, al abandono y al autoabandono. El modelo económico actual eliminó los lazos de solidaridad de las familias extensas sin que creara los servicios sociales necesarios y suficientes para que ninguna persona mayor corriera el riesgo de la soledad, del silencio de las habitaciones y de las paredes, del recuerdo, entre una leve y áspera sonrisa, de aquellos tiempos en los que las risas y los gritos de los niños y las niñas se oían por todas partes como rayos de sol de un futuro esperanzador y agradecido.
Creo que nuestros mayores no deben ser sometidos a nuevos sacrificios. Bastante han luchado y sufrido para que se les premie tan arteramente.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"...y del viejo el consejo". Y pensar lo venerados que son los ancianos en otras culturas, en otros países, en otros tiempos. Me vienen a la memoria las pelís de indios y vaqueros, cuando para tomar una decisión que afectase a la tribu, se reunía el cosejo de ancianos en una tienda y rodeando el fuego que les proporcionaba no sólo calor sino también ciertas dotes de videncia para con los espíritus de sus antepasados...