

Y en el cielo, la luna es una espectadora privilegiada del devenir absurdo. Con sus lentes de aumento nos contempla y nos retrata como hormigas insignificantes, entre inmensos océanos y profundas quebradas abiertas con un cuchillo de estrellas. Lucía Sánchez
Ayer presenciamos en el Palacio de Deportes la grabación del anuncio publicitario para la campaña de abonados 2009-10 del CB Murcia. Hubo cosas que nos gustaron, otras no tanto. Parece que este blog se está especializando en las cosas que rodean el baloncesto, siempre hemos reconocido nuestras limitaciones teóricas y prácticas para valorar técnicamente un partido o una simple jugada. Gente hay que entiende de todo esto y en sus manos dejamos tales menesteres. Nosotras nos fijamos en las numerosas grabaciones que se realizaron para cada escena (¿se dice así?). Así es el arte audiovisual y, con toda probabilidad, todas las manifestaciones artísticas que ha desarrollado el hombre desde las primeras representaciones trogloditas. Para crear belleza hay que trabajar denodadamente. Cada frase, cada verso, cada pincelada, cada cincelada, cada arco es fruto del conocimiento y de la técnica, y aunque los genios sobresalen en las auroras boreales de todos los siglos, el trabajo bien hecho siempre ha sido sinónimo de belleza humana. Ayer por la tarde vimos a jugadores de baloncesto (Moncasi, Faverani, Prestes, Powell, Delininkaitis, Sánchez, Marco...) que van a crear arte deportivo del trabajo y del esfuerzo. No son genios del baloncesto tipo Gasol, pero sin duda son jugadores que nos van a demostrar que en los pequeños éxitos y en los grandes esfuerzos también hay poesía.
De regreso al trabajo, un compañero nos mostró el nuevo tapiz del escritorio de su ordenador: una fotografía de la playa de As Catedrais, en la costa de Lugo, cerca de Ribadeo. Recordamos entonces aquel agosto de 2006, cuando inauguramos el turismo de incendios. Fue la primera semana de mes y toda Galicia ardía por sus costados marinos. Fuego, humo, ceniza, todo olía a quemado. Llegamos a As Catedrais desde la ciudad de Lugo. Unas pocas nubes en el cielo, algo de verde en las laderas cercanas y, a ambos lados de la carretera, aparcamientos improvisados que levantaban nubes de polvo. Mientras que contemplábamos la playa desde lo alto del acantilado escuchamos a nuestra espalda la voz de una mujer que llamaba a un tal “Ángel”. Volvimos la cabeza y allí estaba, de pie, con la misma barba de siempre, sin duda con más canas. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo vimos, entre 20 y 25 años, no podemos precisarlo, pero lo cierto es que aquel hombre había sido importante en nuestra adolescencia. Ángel Palacios López era profesor de griego en el Instituto Marqués de los Vélez de El Palmar cuando lo conocimos en el curso académico 1980-1981, y desde el principio fue una fuente de conocimiento y de confianza. Nos hizo no sólo conocer y amar la cultura griega, nos hizo un poco más libre de lo que por entonces eramos o creíamos ser. La primera vez que entramos en su casa nos maravilló un equipo de música de diseño, con mandos táctiles que no habíamos visto hasta entonces. Y sobre todo la discos: allí escuchamos a Maria Farandouri, a Mikis Theodorakis, a Alan Stivell y la música celta. Ángel nos dijo que, a diferencia de España, en las emisoras de radio griegas se escuchaba fundamentalmente música nacional. Luego nos enseñó un periódico en griego moderno con una fotografía de Manolo Orantes. Otras veces nos acercábamos a las riberas del Mediterráneo y, desde el espolón del puerto de San Pedro del Pinatar, observábamos el mar y conversábamos sobre todo lo humano y algo de lo divino. Un día nos apostamos con él que a partir de La Odisea de Homero escribiríamos durante el fin de semana una obra de teatro. Ganamos, el escrito se perdió hace mucho tiempo, y él cumplió su promesa y nos invitó a comer. Son muchas anécdotas, muchas historias acontecidas durante poco más de dos años, mucha literatura oral y mucha nostalgia por una adolescencia que se esfumó hace muchos años en las brumas de la responsabilidad y de la utopía perdida. Por ese motivo aquel día en As Catedrais fue, durante escasos minutos, un rebobinado rápido de la memoria y de la melancolía. Cuando la mujer llamó a Ángel y volvimos la cabeza, no pudimos sino preguntar instintivamente “¡Palacios?”. Y él respondió: “el mismo”. No fue un reencuentro memorable, de abrazos y todo lo demás. Habían pasado muchos años, más de veinte, y los recuerdos se debilitan. Tal vez para Ángel fuera una entre otras muchas alumnas, pero para mí era ese profesor que me había demostrado que entre los adultos, entre los profesores y profesoras, había personas que pensaban como yo, que tenían las mismas inquietudes y los mismos sueños (también las mismas pesadillas).
Muchos años después me enteré (he pasado del plural mayestático a la primera persona del singular, culpemos a los sentimientos) que Ángel Palacios, por entonces catedrático de griego del IES Juan Carlos I de Murcia, padecía una grave enfermedad que finalmente acabaría con su vida. El funeral se celebró el día 6 de junio de 2009, cuando mi hijo jugaba un partido de baloncesto con su equipo, el CB Murcia 95, en San Javier. Me enteré días después de su muerte y debo decir que desde entonces vuelve a mi memoria recuerdos de aquella época de mi vida en los que siempre está él presente. Ángel Palacios fue un gran hombre, y aunque todos los días mueren grandes hombres me enorgullezco de que aquél fuera mi amigo, aunque el tiempo y la distancia enfriara nuestra relación.
Ya que estamos en tierras gallegas, dejo en este blog un poema de Bernal de Bonaval, trovador gallego del siglo XIII, cantado por Amancio Prada:
A DONA QUE EU AMO...
A dona que eu amo e teño por señor
amostradema, Deus, se vos en pracer for,
senon, dadema morte.
A que teño eu por lume destes ollos meus
e por que choran sempre, amostradema, Deus,
senon, dadema morte.
Esa que Vos fecestes mellor parecer
de quantas sei, ¡ai Deus!, facedema veer,
senon, dadema morte.
¡Ai Deus!, que ma facestes mais ca min amar,
mostradema u posa con ela falar,
senon, dadema morte.
LA MUJER A QUIEN QUIERO...
La mujer a quien quiero
y a quien tengo por dueña
mostrádmela, Dios mío, si os dignáis;
si no, dadme la muerte.
La que es luz de estos ojos
y por quien siempre lloran,
mostrádmela, Dios mío,
si no, dadme la muerte.
La que hicisteis más bella
de cuantas yo conozco,
Dios, dejádmela ver;
si no, dadme la muerte.
¡Ay Dios, que me la hicisteis
amar más que a mí mismo,
mostrádmela en lugar
donde le pueda hablar,
si no dadme la muerte!.