
A diferencia del norteamericano, el baloncesto mediterráneo murciano, en su versión marmenorense, siempre viene de la mano de una buena mesa. También de una buena sobremesa. La mañana se acompañaba de una brisa que inflamaba las costuras de las banderas y desasosegaba las entrañas de las palmeras, la luz brillaba en las sonrisas levantinas del mar y, como nubarrón negro en el paisaje de barcas y primeras sombrillas inclinadas sobre la arena, la claridad del día mostraba los edificios de la derruida La Manga. Se celebraba el primer día del 3X3 de Santiago de la Ribera en el mismo sitio que los años anteriores y, en una primera y cansada mirada, el paisaje era el mismo, con algunas nubes ocultando momentáneamente un sol inmenso y, a veces lo pensamos, demasiado inhumano para nosotras, pobres mortales, que no pretendemos llegar a él con alas de cera o pegasos de blancas crines. Nos contentamos con cosas mucho más prosaicas: ver jugar y divertirse a nuestros hijos, sentir la brisa marina en el rostro, en los brazos, en los labios, caminar con el agua salada cubriéndonos los tobillos, observar el horizonte y señalar con la mano el molino, las encañizadas, la linea horizontal de La Mota. Entre partido y partido, entre sonrisa y sonrisa... Y también deconstruir mentalmente los trabajos de los hombres: quitamos los edificios de muchos pisos, las construcciones que invaden las leves aguas del Mar Menor, borramos de un plumazo las verticalidades de ladrillo del otro lado del mar, imaginamos a Carvalho moverse pesadamente entre las dunas de La Manga y aspiramos el aroma marino de Juan Goytisolo mientras cruza la laguna en dirección al Carmolí, y leemos en el cielo las palabras que alguna vez escribiera Carmen Conde de un mar que se nos arrebata cada día:
“Cerramos todos los ojos. ¿Quién es el que viene andando,
que apenas pisa las olas...?
¿Quién multiplica la pesca y arrebata muchedumbres?
¿Eres un mar, o aquel lago que secó el sol de la ira?
¿Eres el mar, o un espejo que del cielo ha descendido
para que nosotros, tuyos, queramos soñar el mar?”. (1)
Y entonces comprendemos que la poesía puede ser extirpada de la vida, de los cielos, de los mares, de las montañas que besan las auroras con sus dedos oscuros. Sólo queda la memoria y el recuerdo de los caballitos de mar, y los cangrejos, y los zorros entre las rocas y alguna anguila tomando el sol en los rizos del mar.
Pero estamos entre amigos y amigas, entre hijos e hijas, entre padres y madres que disfrutamos viendo botar el balón. En el 3X3 de santiago de La Ribera nos juntamos mucha gente dispuesta a disfrutar de los sueños embriagadores de un deporte de equipo en el que los contrincantes se divierten, se ayudan, se abrazan y se emocionan. Al lado del mar y de las palmeras, al lado del mundo de nuestra niñez que alguna vez, en un camino ora recto ora sinuoso, nos abandonó en brazos de la madurez y de la responsabilidad. Pero cuando miramos el mar, la húmeda arena, los retazos azulencos entre las sombrillas y las embarcaciones, recordamos aquellos tiempos de plácida insensatez, cuando nos subíamos a la vida y contemplábamos, desde un edificio en construcción, “2001, Una Odisea en el Espacio”, no lejos de allí, en el cine de verano de Lo Pagán.
A mediodía, la comida. Arroz a banda mientras la luz mediterránea nos relata la belleza de compartir mesa y mantel con tantos amigos y amigas recolectados felizmente en los campos del Señor Baloncesto, nuestro dios particular.
Ya de madrugada, cuando la brisa marina ha dejado de susurrar a las hojas y las nubes blancas adornan de algodones la luna de la poeta cartagenera, releemos la anotación de los Diarios de Max Aub correspondiente al 23 de enero de 1953:
"Olvidar: gritar alto que la vida, lo único que traemos, es prodigiosa. Bajar a lo más pequeño naturalmente: un grano de arena, una hormiga, el pétalo de una rosa, y decir nuestro asombro. Nos hemos olvidado de la vida por tenerla tan a mano y nos hemos refugiado en entelequias – que convertimos en instrumentos de nuestra tortura -. Sacar de cada cosa algo bueno. Asombrarse. Hallar en todo razón de vida y darle gracias al cielo que es la tierra. Olvidar”.
(1)- Carmen Conde: "Los poemas del Mar Menor". 1962