jueves, 20 de octubre de 2011

Corre como la pólvora...

Se lee en los diarios digitales, corre como la pólvora por las redes sociales, se hacen eco los medios de comunicación internacionales, se escucha en el susurro del viento, en las melodías del atardecer y en la poesía de la Luna que dibuja caminos dorados de libertad en las olas del mar.
ETA se rinde.
Y nosotras nos rendimos ante la memoria de las víctimas- sufrimiento, dolor, en algún tiempo olvido- y ante la grandeza de la vida que debe continuar, que debe dibujarse en las brumas de las colinas, de los caseríos y de los rebaños de nube de algodón que nos llevan al mar, al inmenso mar que se abre irreverente ante la insignificancia de sus lectoras, nosotras, que intuimos en sus orlas de espuma la grandeza del corazón humano.
Alguna vez cruzamos las calles de pueblos y ciudades antes de adentrarnos en la espesura de un océano verde y marrón en los días de otoño, observamos sus edificios y pensamos: “vivía allí?, ¿en aquella panadería compraba el pan, y la cerveza?, ¿en aquél quiosco adquiría las golosinas para sus hijos?”.Acaso a lo largo de estos años recordamos más de una vez a Ernest Lluch, su cabello negro, su porte de hombre bueno, amigo de los vascos- amigo de la paz- y lo vimos pasear por las calles de San Sebastián, recorrer La Concha hasta El Peine de Los Vientos; o tal vez fue una imagen prendida con respeto en la retina, como la de Miguel Ángel- tarde de trabajo, las afueras de Cieza, la radio, los auriculares, la angustia, julio, una tristeza infinita que duró hasta la madrugada...-
Es tiempo de hablar, no de olvidar, de volver a escuchar la voz de los que se fueron y de vivir con los que están. La vida es un milagro que no es dada acaso por el azar, pero es tan maravillosa que ni tan siquiera el mismo azar debe ni puede arrebatarla. Pasear sin odio por las calles de San Sebastián, de Zarautz, de Getaria, de Bilbao, de Gernika, de Vitoria, seguir la extensión de los valles con la mirada, junto a los ríos y los bosques, buscando el olor de la tierra mojada y la sombra de las hayas; comer en Lekeitio, enamorarse de su isla y soñar con que la Tierra, toda, es un sueño inolvidable en el que se mezclan pieles distintas, cabellos dispares, ojos dispersos, lenguas hermosas, canciones que hablan de amor, pero también de libertad, de lucha, de pasión por la naturaleza y por sus figuras.
En un futuro nos espera el oscuro humus de los cementerios. Allí iremos en paz, pero no dejemos que los hombres decidan sobre el momento de nuestro último paseo entre cipreses. Que sea la lluvia, el viento, la mirada de las rapaces, la contemplación de la Ría de Vigo, la neblina, el rumor incontenido de los torrentes, la risa blanca de la alta montaña los que decidan el momento. Iremos en paz con nosotros mismos y con las gentes, amigas o no, que nos rodean.
Paz, hermosa palabra.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me quedo con esta frase.

Es tiempo de hablar, no de olvidar, de volver a escuchar la voz de los que se fueron y de vivir con los que están.


Gracias.

Francisco Saura dijo...

Gracias a ti, querido amigo/a. Esta ha sido la entrada que más me ha emocionado desde que navego por la Nube. En estas aguas que a veces ahogan, hay vida

Lucia