domingo, 18 de septiembre de 2022

Javier Marías


 Berta pasa las páginas de La Odisea. No lee, sueña. Un sueño tranquilo, con la respiración acompañado el fluir de las olas entre las islas. Una mujer sola, sola en una isla, con pretenciosos aprendices de la luz comiéndose la hacienda y el pasado. 

En las islas griegas todo es posible, también en Inglaterra, en el estuario del Támesis, en las brumas eternas de la traición. De un paisaje a otro, de un mar cálido a uno frío, Berta sabe que Julián habla y que Javier escucha. Aquel es un miedo que se disipó y que ya nunca volverá. Pero por si acaso, aleja de mí este cáliz. No quiero premios, ni reconocimientos, solo un cigarrillo entre los dedos, una copa y los amigos en las largas noches del otoño.


Berta piensa en Shakespeare, en las tormentas cálidas del verano, y intuye la batalla que pronto entablará Javier en un mes cartesiano, junto a don Quijote, con lanzas herrumbrosas. El tiempo se acaba, pero el espíritu sigue ahí, junto al río Cherwell, y sabes que tu padre fue traicionado por su mejor amigo, en la guerra, en la guerra de España.


Desconoces si Javier ha leído a Shklar. El miedo está ahí, agazapado. Y la sospecha. La sospecha es una serpiente que incuba huevos, que tiene garras y escamas y el alma se recoge en su corazón blanco (las nubes de algodón y el viento que se detiene en las laderas).


La vida es tragedia, o no. Depende de lo que leas, si la lectura define el escenario de la vida, en Londres o en La Habana, en Ítaca o en Nueva York. El paisaje es una excusa para lo realmente importante: puede no haberlo, puede consentir en el humo del cigarrillo, y los corazones de  Deza, de Berta, de Tomás, puede que no haya nada en la última página del capítulo tercero, pero siempre estará el dolor, la destrucción, la soledad, la desesperanza ante la traición, esas manifestaciones de la vida que devoran a dentelladas el orden del Universo.


Recoge las pertenencias, Javier. Abajo, en la calle, la megafonía de un coche fúnebre repasa las grandes obras de la literatura. A principios de septiembre, las ventanas de la ciudad están todavía abiertas, las librerías están húmedas, algún libro se consume en una combustión fría. Penélope teje y desteje, Berta la mira desde un rincón, el póster de Londres detrás de ella. Recoge tus pertenencias y acompáñame. El mundo arderá cuando tu cuerpo se consuma en el recuerdo.


Ahora todo lo sé. El poder huele a muerte. No te acerques a él o te llevará a su regazo, te adormecerá, te hará confiando, levemente feliz, te agasajará y definitivamente te decapitará en la Torre de Londres, o empleará el garrote vil y ya de tus libros nadie sabrá.


Despídeme de tus personajes, Javier. Se van contigo a donde tú vayas, para dialogar con ellos en la larga oscuridad que nos espera a nosotros sin ti.


Javier Marías




1 comentario:

Jaime Galán dijo...

El Universo de Javier Marías era la psique de sus personajes. Un buen amigo a quién le recomendé le lectura de "Tu Rostro Mañana", y que nunca había leído a Marías, me dijo: "este tío cuenta en trescientas páginas lo que otros te dirían en cuatro, no me gusta". Y en cierto modo mi amigo tenía razón, pero por algún motivo, yo me acostumbré a esa cadencia y a ese ritmo y desde entonces, cualquier lectura me parece superflua en su manera de encarar la realidad de las situaciones. Qué daño ha hecho Javier!

Un saludo, y felicidades por tu blog, he llegado aquí desde el homanaje a Marías de Zenda.