sábado, 9 de enero de 2010

Costumbres


Hubo una costumbre que nos llamó la atención de Lucía Sánchez durante nuestra estancia en la lluviosa e inmensa ciudad de Barcelona. Mientras comíamos aliñaba las ensaladas añadiendo ante la sal que el aceite. Parece que es una costumbre catalana, y los presentes conocíamos, ella no lo ocultaba, una extraña simpatía por la cultura, la gastronomía y el paisaje catalán, sobre todo por esos tupidos bosques de encinas, castaños y abetos de La Selva de Girona. Luego supimos que Irene Andreo, madre de Lucía, vivió unos meses en Barcelona, recién llegada de México, y que allí, además de beber de las fuentes de agua, sol y callejeo de la ciudad condal, adquirió costumbres, tal vez disolutas, tal vez incomprensibles para nosotras, que transmitió a su hija y a sus nietos. Una de ellas era aliñar primero con sal las ensaladas, otra leer compulsivamente escritores catalanes, una última sentir por Barcelona una admiración evanescente que sólo se podría recuperar con visitas periódicas y pausadas por sus calles amplias, por sus callejuelas y plazas doradas por el sol mediterráneo. A Irene Andreo le gustaba volver, sentir, admirar, amar, caminar, cruzar plazas en diagonal, observar el vuelo de las gaviotas, llorar por una tierra perdida, brindar por su padre en cualquier bar, recordar los tranvías de las fotografías de los años treinta que su madre guardaba en un caja de puros, soñar, en definitiva, con la ciudad que recorrió con su bloc de notas George Orwell.

Aún hoy Lucía Sánchez utiliza el salero antes que la aceitera.

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