Escribe Eduardo Galeano en “Las venas abiertas de América Latina”:
“Al norte y al oeste, Haití se convirtió en un vertedero de esclavos: el azúcar exigía cada vez más brazos. En 1786, llegaron a la colonia veintisiete mil esclavos, y al año siguiente cuarenta mil. En el otoño de 1791 estalló la revolución. En un solo mes, septiembre, doscientas plantaciones de caña fueron presa de las llamas; los incendios y los combates se sucedieron sin tregua a medida que los esclavos insurrectos iban empujando a los ejércitos franceses hacia el océano. Los barcos zarpaban cargando cada vez más franceses y cada vez menos azúcar. La guerra derramó ríos de sangre y devastó las plantaciones. Fue larga. el país, en cenizas, quedó paralizado; a fines de siglo la producción había caído verticalmente. “En noviembre de 1803 casi todo la colonia, antiguamente floreciente, era un gran cementerio de cenizas y escombros”, dice Lepkowski”.
Siglo XXI, pp. 102-103.
Y ahora y siempre “una nueva cabronada de la naturaleza” en palabras de Maruja Torres. Haití es un país perdido en el Caribe, sometido hasta hace 200 años al atroz colonialismo francés; desde entonces a una dependencia exterior también atroz y a una clase dirigente corrupta hasta los tuétanos. Haití desforestado, degradado, desangrado por salvadores foráneos y propios. Haití maldecido por la naturaleza y por las acciones humanas
Volquémonos por Haití, que la naturaleza no sea la causa de la muerte y de la miseria de sus gentes, que puedan levantarse sobre el horizonte marino y vean una tierra limpia y dorada por los rayos del sol caribe, y no lo que la naturaleza y los actos humanos premediten como tragedia para un pueblo libre que debe hacerse con las riendas de su futuro.
Podríamos citar a Juan Bosh y su “De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe, Frontera Imperial” o “
¡Volquémonos por Haití!.¡, como escribe Maruja Torres.
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