viernes, 8 de enero de 2010

De regreso a Murcia


De regreso a Murcia nos trajimos el frío viento que comenzaba a azotar tierras catalanas. Ya la madrugada de Reyes, volviendo en tranvía del albergue juvenil Pere Tarrés, sentimos en nuestros rostros el aliento polar. Fue una noche mágica. Por la mañana nuestros hijos habían puesto garra y pundonor en su encuentro con el Fuenlabrada, pero la tierra a veces es cuadrada y no nos podemos explicar la razón. De ir venciendo por doce puntos al finalizar el tercer cuarto pasamos a ser superados por el equipo madrileño que finalmente se llevó el quinto puesto en el Torneo de esa bonita ciudad de Esplugues. Perdimos por 65 a 53, pero para nosotras fue una victoria poder jugar con equipos como el Cajasol, el FC Barcelona, el Fuenlabrada e, incluso, el CB Nou Esplugues, un equipo de la comunidad autónoma en donde más y mejor se juega al baloncesto de nuestra pell de brau, o Sepharad que diría nuestro añorado Salvador Espriu.

Por la noche cenamos con nuestros hijos en las cercanías del albergue Pere Tarrés. Dos televisores retransmitían el partido de fútbol entre el Barcelona y el Sevilla, y en esos momentos de camaradería se vieron las adscripciones culés y merengues de muchos de los presentes. Comimos de postre melocotones en conserva de Calanda, deliciosos por cierto y en nada que envidiar con los de Cieza.

Ya de regreso al hotel, rememoré los días pasados en Barcelona: el acuario, la estatua de Colón, la Plaza Real, la Sagrada Familia, la Catedral de Barcelona, el hallazgo de una edición de 1970 de La Biblia en España de George Borrow, su adquisición, El bosc de les Fades, el Camp Nou, la tienda del FC Barcelona y sus escaleras criminales, aquel restaurante de la Plaza de la Dona de Esplugues, el delicioso bacalao con tomate o la tortilla de berenjenas y calabacín, la Boquería, la Plaza de San Jaume, la multitud que nos vino de frente como un torrente de ilusión y de amor en la noche de la cabalgata de los Reyes Magos, las calles mojadas, el olor a mojado, la lluvia, el olor y sabor a grandeza e historia de la ciudad condal. Fueron infinitas las cosas que no pudimos ver y disfrutar pero al menos quedó la voluntad de regresar a una ciudad mediterránea hermosa, comerciante, abierta a la espesura de un mar grandioso, cuna de civilizaciones y de tolerancia.

Recordaremos aquella escena en el Acuario de Barcelona. Las niñas que vinieron a acompañar a sus hermanos al torneo, disfrutaban de los peces, corrían de un depósito a otro, se maravillaban con el colorido de los peces tropicales, se quedaban boquiabiertas con las bocas y la envergadura de los tiburones o las formas del pez guitarra o de la raya. Una de nuestras niñas exclamó de pronto: “¡estamos en Murcianos por España”!. La gente de alrededor se nos quedó mirando, alguna persona volvió incluso la cabeza buscando las posibles cámaras de televisión, y nosotros y nosotras no pudimos sino reírnos durante bastante tiempo.

Lo único que nos falto fue la nieve, que quedó atrás. Hubiera sido maravilloso ver nevar sobre los raíles y la hierba del tranvía, sobre el paseo marítimo y Las Ramblas, sobre las cabezas de nuestros hijos y sobre un torneo inmenso organizado impecablemente por el CB Nou Esplugues.

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