viernes, 11 de noviembre de 2011

En el libro de la desesperanza

Cuando no se sabe que contar, es preferible que la realidad escriba por ti en el libro de la desesperanza, en el que se lee lo que se anheló y nunca se consiguió. El otro día dejé de creer en los aspectos materiales del baloncesto y me centré, acariciando un artilugio intelectual evanescente, en el espíritu de este deporte pero no lo encontré, al menos eso pensé en un primer momento. Luego medité en las manifestaciones del espíritu que estuvieran exentas de locura en cualesquiera de sus facetas. Debí ser lo suficientemente torpe para no desvelar alguna. Pensé en la pintura y en la oreja ensangrentada, en la poesía y en la flor de la horca, en la novela y en los huevos del cuco siempre extrañados. Miserias de la vida, miseria del Hombre y su insignificancia. La locura tuvo sus branquias expuestas al sol en las terribles décadas de la tiranías y de las guerras del siglo XX. La muerte sembró los campos con la sangre de inocentes mientras los dictadores sonreían a las cámaras de cine y se vanagloriaban de diseñar al Hombre nuevo. Todavía nos llegan sus imágenes en blanco y negro arengando a las masas enfervorecidas, inclinados sobre mapas de operaciones en los que se dibujaban las líneas calientes de la desesperación.
Todos los conocimos en algún momento de nuestras vidas, como conocemos las pequeñas cosas que nos hacen felices y a las que no queremos renunciar. Por ejemplo, la luna llena sobre los cristales inestables de las palmeras, o el canto del ruiseñor en una mañana tibia de mayo. La poesía nos hace felices. No nos referimos a las estrofas que enamoran las palabras cortadas a tajo que forman ondulaciones de música en los márgenes del paisaje, tampoco a una noche blanca en el Mar Báltico o los silencios de la arena cuando susurra a las olas. Nos referimos a esos momentos efímeros que han provocado una sonrisa contenida o que ha hecho sentirnos seguros en esta tierra y en este instante- sí querido Silvio, “en esta tierra y en este instante”-. Todo eso murió y aunque permanecen las personas, también sus gestos y complicidades, la llamada de la soledad es mas poderosa que el café antes del encuentro o que las conversaciones sobre el baloncesto en general.
Vivimos en un mundo sin espíritu y esta ausencia pasa desapercibida hasta que la materia comienza a cuartearse y el fin de la existencia se acomoda en nuestros planes de futuro. Buscamos, entonces, en nuestra memoria la imagen perfecta de nuestros actos, de nuestras actitudes y comportamientos hacia los nuestros y hacia los demás, pero no hay reflejo celestial ni sombras moviéndose alocadamente en las espumas del mar. No hay aves dialogando con san Francisco, ni gorriones locuelos en los aleros de los monasterios, ni gentes ecuánimes que mantengan, mirándote a los ojos, que la solidaridad es el valor más deseable para cualquier sociedad, también para cualquier grupo de amigos que se echen unas canastas.
Bienvenido, Jesús, a este mundo de espejos cóncavos y convexos, de nubes de algodón y lluvia de sangre. ¡Ojalá que un viento plebeyo nos eleve como a birlochas a los campos roturados de nuestra ingenua imaginación!

1 comentario:

Jesús García dijo...

Qué gran entrada, solo superada por la siguiente que, tal vez mañana, seguro que esculpirás.
Silvio Rodríguez ha sido durante toda mi juventud mi cantautor de referencia. Rabo de nube, inspiradora donde las haya, Ojalá, Unicornio, o cantando con Pablo Milanés "El breve espacio en que no estás", y en este punto me viene inevitablemente a la memoria "Yo pisaré las calles nuevamente"... No dejemos de pisarlas nunca, aunque algún estúpido se empeñe en asegurar que "son suyas".

Parece que vuelve el hombre malo, el cachorro del dueño de la calle, mi querida Lucía, el de blanco y negro que se inclina sobre planos... vienen tiempos de aquello que te conté mientras no me escuchabas. Así es la vida.