domingo, 16 de noviembre de 2014

¿Cómo?





¿Cómo se abre una ventana en un país sin futuro?, ¿una ventana abierta a la alegría del mediodía o al espejo de las nubes que fluyen del sol naciente empujadas por el viento de lo nuevo, de lo inesperado, de lo increíble?.

¿Cómo se construye un puente sencillo,con dos arcos de medio punto y algún ornamento tal vez neocentista, que permita vadear el tiempo terrible que han sembrado los mercaderes del templo, de los fosfatos, de los taladores de bosques ecuatoriales, del atesoramiento de moneda mientras el hambre (la falta de leche y agua potable) es dueña de los estómagos (de los sueños) y no un sabor amargo en la memoria de los años sesenta (por ejemplo) ?.

¿Cómo olvidamos (lo que no se ve no existe) de nuestros des(gobernantes), esa gente que te mira con soberbia, satisfecha de haberse conocido, con un desprecio disimulado (mostrarlo no es políticamente correcto) por sus gobernados a los que solo hay que agradecerles no haberse equivocado y haber elegido a los mejores (ellos)?.

¿Como devolver a las cloacas a las ratas que roen las punteras de nuestros zapatos con sus dientes curtidos en la avaricia, en la sed de poseer y de dominar?.

¿Como viajar por tierras extrañas, en las que alguna vez nos sentimos confortables mientras observábamos las cumbres nevadas desde el fondo de las cárcavas y conversábamos en la lengua de la amistad con hermanos, primos, amigos, camaradas?.
¿Cómo volver a deleitarnos con las lunas del otoño recostados en el regazo del amor y de la confianza?.

Cómo descender por las torrenteras, vestidos con la desnudez de la libertad?.

¿Cómo aprender a leer las huellas de nuestro destino con la mirada de la niñez?.

¿Cómo construir un edificio de piel cálida?.

¿Cómo amueblarlo sin usura, sin propiedad privada excluyente, sin mentiras ni tarjetas black?.

¿Cómo remodelarlo eternamente con los deseos de millones de sueños que se interrumpen abruptamente a las cuatro de la madrugada, con la lluvia golpeando el techo de uralita de una favela?.

¿Cómo hacer de tu piel el hogar del resto de mis días?.

¿Cómo ser, como vivir, como creer?.

¿Cómo enterrar en el fondo del mar, en un cementerio marino iluminado por peces iridiscentes, las creencias que se demostraron falsas y las verdades que nos hacen daño?.

¿Cómo alinear los planetas, los sistemas solares, las constelaciones, las ideas de todos los perdedores de la historia, para crear algo nuevo, algo distinto, algo distante de nuestros egoísmos y de nosotros mismos?.

¿Cómo?.



domingo, 9 de noviembre de 2014

Barcelona



Hace una temperatura agradable en Barcelona, en Esplugues, en el Baix Llobregat. Llegué el viernes por la tarde, viajé en el tranvía. El olor a hierba, a nubes cortadas a tajo por el vientre azul del cielo, las conversaciones de los viajeros, esa mujer embarazada sentada en el andén (esperando quizá la llegada de la vida a una estación de paso); ese olor a hierba que me acompaña por las calles en cuesta, que me hace soñar con la adolescencia, recostado en un mar verde, observando los sauces, el vuelo de los gorriones, tu mirada allá lejos, a dos sueños de distancia...
Paseo por las calles de la ciudad. Están abiertos algunos institutos, no todos. La gente se apiña a sus puertas. No puedo decir si son mucha o poca. Es domingo. Una luna blanca luce su melancolía allá arriba, en el vientre azulenco que parece romper su membrana de indolencia harinosa. La ciudad de los prodigios, la ciudad de los automóviles y de los letreros con la inscripción UHP, la cuesta del Cotolengo, Pijo Aparte, los poemas de Gil de Biedma y las laderas de Montjuich.
Muy al sur, todavía se oyen lo pasos de Goytisolo en la ribera del mar, su viaje en barca, las encañizadas, el vino amargo, el caldero, la leña, el pescado hirviendo, el último beso, el olvido... Las raíces de nuestro pasado se pudren en las ciénagas de la desconfianza. Vázquez Moltalbán murió hace demasiados años, demasiados para los poemas que una vez escribiste para mi, a la orilla de un río blanco o mordisqueando la fruta escogida al azar en La Boquería. Las aves que dibujan la luz de las noches en las dunas, que cantaron a coro aquella noche de inmensa tristeza, de abandono y de sal en el cabello, son ahora sombras sin carne, dibujos en una muro impávido que se hace carne antes de partir en dos un corazón antaño joven y galopante, ahora dolorido, vacío, cubierto de una patina de óxido.
Solo queda esperar que lo demás muera. Es ley de vida. Ya no hay historia, solo economía y la telaraña que envuelve las vivencias colectivas. Nos devorará la araña pero para entonces ya no tendremos conciencia de lo que somos o de lo que fuimos. De nuestro pasado y del pasado de nuestros padres.



lunes, 3 de noviembre de 2014

Tu última llamada




No utilices el teléfono
La gente jamás está dispuesta a responder,
Utiliza la poesía”.

Kerouac, 1970


Anoche recibí tu última llamada. Habías decidido irte con las luciérnagas de junio, subida a las nubes que descargaban granizo en los lindes del valle, no lejos del estanque y de los álamos del río blanco. Busqué tu voz en el viento, en el corazón de la piedra, en las hojas brillantes, en el alma de la procesionaria, en el tránsito de las palabras esdrújulas, en la victoria póstuma de Antonio Meucci pero ya los dioses que despreciamos en las tardías noches del desamor te habían poseído en los trópicos de Miller, a la orilla del East River.
Oculto tu rostro en las calles de la Gran Manzana, dormida en una multitud de ojos azules, grises, castaños, del color del foliage de Nueva Inglaterra (tal vez), el viento helado de los Grandes Lagos besando de hielo tus labios, bebes el vino de los mendigos en botellas de papel.
Utiliza la poesía cuando leas On the road, haz de las amplias llanuras tu hogar, evita las cascabeles, bebe de los cactus, duerme el oro de tu piel en el centeno maduro, sonríe a la noche cuajada de estrellas, súbete a un autobús imposible, lee el viento en los cipreses de Van Gogh y escríbeme una sola vez: cuando el mundo no tenga límites y tu cuerpo sea invisible como el Universo.

Goodbye, amor. 

domingo, 2 de noviembre de 2014

La llovizna humedecía apenas las hojas de los álamos




La locomotora se detuvo en la estación por primera vez en veinte años. El esqueleto de un pasajero que perdió el último tren permanecía erguido sobre el banco, los huesos de las piernas cruzados, una flor marchitándose en la mandíbula entreabierta. Al otro lado de las vías, el viento agitaba los álamos que habían crecido en los cúmulos de tierra oscura y en los fondos de las excavaciones de los que nunca se erigieron los pilares de cemento.
El viento olía a olvido como hacía veinte años, cuando el último tren, del que descendieron los ilustres viajeros, se detuvo en la estación. Entonces, los globos de colores adornaban el esqueleto de metal de la antigua estación, las banderas patrias crecían como setas en los húmedos bosques otoñales y la cinta de inauguración encandilaba con sus brillantes colores en una mañana triste, de cielos grises y llovizna cansada.
El último pasajero, con las piernas cruzadas, contemplaba el paisaje matinal con la melancolía de los antiguos creyentes, los que murieron en las catacumbas y a los que el huracán de las desvergüenza política dejó desnudos en la segunda década del Siglo XXI. Había comprado el billete de ida, a Toulouse, a Frankfurt, a Rüsselsheim, a quién sabe qué agujero de las tierras del norte. Por entonces no le crecían flores en la boca, solo el amargo sabor de la retama, el hastío, la desesperación por la pérdida de las raíces que alguna vez pensó poseer para siempre.
Los ilustres viajeros descendieron del vagón de primera clase con las tijeras afiladas, con la mirada fija en la cinta, con el viento alborotando sus cabellos de platino. Era mes de inauguraciones, como cada cuatro años. El oficio de afilaor prosperaba en estos días primaverales. ¡Eran tantas las cintas que había que cortar, tantas las semillas de ilusión que había que sembrar en las almas cándidas!.
Era mayo.
La llovizna humedecía apenas las hojas de los álamos.
El cielo era gris.
Las nubes, oropeles de bambú.
El viajero observó el billete de viaje. Lyon, Copenhague, Estocolmo, ¿por qué no Yakutsk, junto al río Lena, entre diamantes y hielo?.
Los viajeros ilustres, cortadores de cintas, con sus cabellos plateados, con sus programas electorales bajo el brazo, y sus sonrisas de triunfadores, poetas de rimas duras como el cuarzo, vendedores de felonías envueltas en papel de regalo, saludaron al público, a un obrero con orejeras antiruído que transitaba por el andén con el contrato para un día en la mano, al cielo gris de la mañana y al susurro de los álamos agitados por el viento. Una orquesta tocó el himno a la alegría, un asesor susurró algo al oído del señor presidente, otro pensó durante unos segundos en su futuro incierto y el de más allá reflexionó sobre lo injusto que podía resultar el mercado electoral, sobre todo con él, tan sagaz, tan leído, tan necesitado de reconocimiento público.
El viajero descruzó las piernas, se masajeó los muslos, buscó la hondura del vuelo de los vencejos, soñó en el crepúsculo de los charlatanes y sus tijeras recién afiladas, en un huracán que limpiara la atmósfera de la pestilencia estancada. Los sueños son libres, no están constreñidos por las tapias de los cementerios de la economía- pensó una milésima de segundo antes de que el señor presidente cortara la cinta y diera por inaugurada la obra de soterramiento de la estación-. Volvió a cruzar las piernas y entonces el tiempo se detuvo, se quedó quieto para siempre.
Era mayo.
La llovizna cesó.
El cielo hundió en su pecho cóncavo las hojas recién afiladas de las tijeras.
Los bloques de hielo descendían ruidosos por el cauce del río Lena.

Los ilustres viajeros subieron al tren, se llevaron los votos y los travesaños de las vías, saludaron desde las ventanas del vagón de primera, se tragaron la saliva y la hiel y se citaron para otro mayo, cuatro años después, acaso con un cielo brillante pero con el agujero de la desesperanza excavado en el corazón de un pueblo...