domingo, 9 de noviembre de 2014

Barcelona



Hace una temperatura agradable en Barcelona, en Esplugues, en el Baix Llobregat. Llegué el viernes por la tarde, viajé en el tranvía. El olor a hierba, a nubes cortadas a tajo por el vientre azul del cielo, las conversaciones de los viajeros, esa mujer embarazada sentada en el andén (esperando quizá la llegada de la vida a una estación de paso); ese olor a hierba que me acompaña por las calles en cuesta, que me hace soñar con la adolescencia, recostado en un mar verde, observando los sauces, el vuelo de los gorriones, tu mirada allá lejos, a dos sueños de distancia...
Paseo por las calles de la ciudad. Están abiertos algunos institutos, no todos. La gente se apiña a sus puertas. No puedo decir si son mucha o poca. Es domingo. Una luna blanca luce su melancolía allá arriba, en el vientre azulenco que parece romper su membrana de indolencia harinosa. La ciudad de los prodigios, la ciudad de los automóviles y de los letreros con la inscripción UHP, la cuesta del Cotolengo, Pijo Aparte, los poemas de Gil de Biedma y las laderas de Montjuich.
Muy al sur, todavía se oyen lo pasos de Goytisolo en la ribera del mar, su viaje en barca, las encañizadas, el vino amargo, el caldero, la leña, el pescado hirviendo, el último beso, el olvido... Las raíces de nuestro pasado se pudren en las ciénagas de la desconfianza. Vázquez Moltalbán murió hace demasiados años, demasiados para los poemas que una vez escribiste para mi, a la orilla de un río blanco o mordisqueando la fruta escogida al azar en La Boquería. Las aves que dibujan la luz de las noches en las dunas, que cantaron a coro aquella noche de inmensa tristeza, de abandono y de sal en el cabello, son ahora sombras sin carne, dibujos en una muro impávido que se hace carne antes de partir en dos un corazón antaño joven y galopante, ahora dolorido, vacío, cubierto de una patina de óxido.
Solo queda esperar que lo demás muera. Es ley de vida. Ya no hay historia, solo economía y la telaraña que envuelve las vivencias colectivas. Nos devorará la araña pero para entonces ya no tendremos conciencia de lo que somos o de lo que fuimos. De nuestro pasado y del pasado de nuestros padres.



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