martes, 30 de noviembre de 2010

Fútbol para variar


Sostiene alguna gente, como sostuvo Pereira del Portugal de los dictadores (*), que el Real Madrid se levanta sobre un basamento de cal. Otras personas se regocijan con las extensas llanuras nevadas, con las montañas y valles blancos de estos últimos días del otoño, recubiertas con un tejido entrelazado, azul y rojo, con un rectángulo de hierba húmeda en el que yacen unos derrotados y aletargados cuerpos con vestimentas inmaculadas que observan un cielo cegador de luz, confeti y frases en una lengua mediterránea, tributaria sin duda del latín de los monasterios e iglesias románicas de estilo lombardo. Es la guerra entre las tribus llevada de otra manera- comenta algún tertuliano político-.

Cinco a cero es un discurso de un castellano recio, sonoro, de vocales duras como las crestas de granito de Gredos, de ridículos que llevan al sonrojo. Cinco a cero es el castigo perfecto para la arrogancia de portugueses que hablan con la verdad, la suya, en las copas de los alcornocales de las campiñas plácidas de la Lusitania añorada. A decir verdad, de allí era Camoens, y Queirós, y Pessoa, y Pereira- éste, personaje imaginario-, y Saramago y las olas que sepultaron Lisboa en el Siglo XVIII. Pero no imaginamos nosotras a Mourinho nadando en las tempestades opacas del Atlántico, ni siquiera bebiendo vino de Oporto en una taberna de Coimbra, ni acompañando a Pessoa por los corazones de carne de madera, de viñas y de racimos oníricos de esas hermosas tierras que miran al mar con la ilusión de sentirse inmortales.

Acaso los horizontes azules fenecieron en la campiña inglesa, entre monasterios, palacios verdosos e iglesias de estilo perpendicular, tomando té a las cinco de la tarde, disolviendo el azúcar con la cucharilla sin el más leve tintineo metálico y leyendo biografías de Napoleón, Julio César o Alejandro Magno. Si algo nos debiera distinguir a las almas mediterráneas es la humildad debida a un cielo infinito, azul, hermosamente adornado con las florituras de las nubes o el vuelo de las aves. La vida es tan hermosa que creerse el líder de la tribu y reunirla a su alrededor con un balón de fútbol resulta ridículo. Y Mourinho resulta ridículo- no decimos que lo sea-, de una ridiculez propia de los tiempos de las pulsiones autoritarias y de los engreimientos universales. Debiera haber acompañado a Lope de Aguirre en su aventura equinoccial o haber penetrado en la espesura de la selva brasileña con abalorios para encandilar a los monos. Tal vez algún escritor lo retrate dando conferencias en los monasterios del Tibet mientras los monjes meditan con las cumbres nevadas en lontananza. Todo es posible en los tiempos del crepúsculo de los dioses, de las estepas nevadas en azul y rojo, de la hierba moteada con los despojos blancos de una derrota dolorosa...

Mientras tanto, hasta la noche ha sido pintada a brochazos de azul y grana, y ni siquiera los gatos pueden esconder su celo por los tejados abiertos en canal de un Madrid triste y melancólico.


(*)- Pereira no sostuvo tal cosa, tampoco Tabucchi. No deja de ser un recurso literario.

1 comentario:

Mari Puri dijo...

¡Ay Lucía!. No hay como tener un hijo deportista para arrastrarnos a ese mundo tan bonito. Yo, que hasta hace unos pocos años había mantenido el dicho de mi madre de que el fútbol era un grupo de hombres en pantalón corto corriendo detrás de un balón (aplicable también al baloncesto), y ahora me desgañito como una loca todos los fines de semana animando a mi hijo y a sus compañeros de equipo. Además he sido capaz de acompañar a mi hijo y mi marido a un bar cercano para ver el Barça-Madrid, aguantando estoica como piojo en costura, rodeada de adolescentes y "adolescentas", cada vez más numerosas en este tipo de eventos, que entre hamburguesas y platos de patatas fritas con ketchup celebraban, la mayoría de ellos, uno a uno los 5 chicharros que le endosaron al Madrid.

Hay que ver lo que se hace por un hijo.