Al cruzar el tercio de año, entrada ya la primavera, y las
flores, y las nubes del atardecer trayéndonos la humedad de la tormenta, y los
picos entreabiertos de los pájaros, y las frutas madurando en racimos de vida,
Decidimos ser ingenuos y llenamos las calles de ideas, y las
cabezas de esperanza, y sin saberlo dialogamos en silencio con la historia que
se nos negó cuando un sapo (¿quién se acuerda de León Felipe?: nadie) blandió
la espada y descabalgó la democracia de nuestro país.
El derecho penal siempre castigó duramente la ingenuidad.
Lean, si no, la literatura inglesa o francesa del Siglo XIX. Háganlo y no
callen cuando arrojen las pastas duras de los libros a las ratas de la
compostura y el orden.
Pero aquel mayo la ingenuidad ocupó todo el espacio a la
sombra del campanario, y ni siquiera el estilete del derecho penal o
administrativo pudo reventarla,
Y la primavera olió intensamente a libertad, esa forma de
violencia que aterra cuando se ejerce en la calle y conforta cuando se
circunscribe a los despachos y a las firmas oficiales.
Olores violentos de un mayo que se hizo ingenuo a mitad de
mes sin saber el por qué.
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